No he visto aún la película de Kathryn Bigelow sobre el proceso extrajudicial que condujo al asesinato de Bin Laden, pero sigo con interés la polémica desatada en torno al film por las fuerzas del orden norteamericanas. Así, acabo de leer unas declaraciones de un antiguo espía estadunidense, de nombre José A. Rodríguez, según las cuales en los años de los que se habla en La noche más oscura, para dar una simple bofetada a un detenido tenían que recibir una autorización escrita de Washington. ¿Puede uno creerse esa tontería después de haber visto las imágenes de la prisión de Abu Grahib o de haber escuchado los relatos del campo de concentración de Guantánamo?

Puede, sí, puede uno creérsela. La plasticidad del cerebro humano carece de límites. Te levantas un día un poco torpe, desayunas mal, te tuerces un tobillo bajando las escaleras mecánicas del metro, que se encuentran averiadas, acabas en la sala de urgencias de un hospital público privatizado donde, para aliviar la espera, te pones a leer un periódico que alguien ha olvidado en un banco, y tropiezas con las declaraciones de José A. Rodriguez: "Para dar una simple bofetada teníamos que recibir una autorización escrita de Washington". Tu juicio crítico, obnubilado por el dolor, pasa sobre la noticia y se la cree. Quizá esa decisión, piensas, tuvo que ver con el intento de mejorar la imagen que del Ejército USA habían dejado los numerosos testimonios acerca de la tortura. Ya saben, los ahogamientos fingidos, las quemaduras con las puntas de los cigarros, las violaciones y sodomizaciones reales practicadas por aguerridos soldados en las mazmorras de Irak, los paseos a cuatro patas de los prisioneros, en su mayoría ilegales, atados con una correa de perro al cuello y en pelotas...

Vale, te lo crees. Pero entonces igual te da por pensar en el procedimiento burocrático. Si para dar una bofetada había que recibir una autorización escrita, significa que previamente la habías solicitado, por escrito también, y con tres copias. Entre que se cursaba la petición, llegaba a destino, se estudiaba, etc., podían pasar tres meses. Y en tres meses ya se habían cargado al prisionero con los ahogamientos fingidos. Hay que tener mucha fe para creerse las versiones oficiales. ¿El tobillo? Mal, gracias.