Falta un poquito aún, pero ya podemos hablar del año que ha pasado casi volando y sin que lo notemos, remando como estamos entre las olas de la tormenta. La noche cae y es tan grande el desencanto que parece que se olvida lentamente la herencia recibida; ya no es una excusa fiable, ya no es argumento para ofrecer a los perjudicados por cada nueva directiva, pues es evidente ya que no se legisla con sentido de urgencia, sino que cada paso y cada nueva norma no daña a los poderosos o a sus próximos, sino a los de más abajo. A los de abajo del todo. Así como ocurre con los indultos.

Hace un año no estábamos de maravilla, muy al contrario, y ya llevábamos unos años en plena crisis, agravada por la falta de reflejos del presidente Zapatero, pero nunca imaginábamos que el panorama, un año después iba a ser tan desolador. La situación era grave, muy grave, pero los españoles teníamos algo que ahora empieza a escasear. Lo único que un pueblo no puede perder en tiempo de dificultad: esperanza. Sin ella no se habrían superado épocas de gravísima dificultad, de ausencia de libertades, de hambre, incluso. Y hace un año había esperanza, porque hace un año todavía escuchábamos a la gente decir aquello de qué se le va a hacer, habrá que buscar otra cosa, o montaré algo por mi cuenta, hay que tirar para adelante, no hay otro remedio. Hace un año, por ejemplo, habíamos visto huelgas por el empleo, sí, pero no habíamos visto salir a la calle a los médicos preocupados por el sistema sanitario al completo; a los jueces en la calle clamando por la integridad del sistema judicial completo; o a los yayos preocupados por las, eso creíamos, intocables pensiones. No, antes, hace un año, estábamos tal vez en lo peor pero había esperanza, que es un combustible imprescindible en toda zozobra.

Zapatero gestó la burbuja inmobiliaria que había engendrado Aznar, y el parto se produjo durante la segunda legislatura socialista. En la primera se trató de un embarazo cómodo y sin problemas; es más, seguramente el de la ceja no reaccionó a tiempo porque hasta él se había creído lo de la bonanza económica y el paraíso ladrillero. La prueba es que, muy probablemente, él sí que gobernó por encima de sus posibilidades creando, por ejemplo, monstruos de la razón como el ministerio de Igualdad y su innombrable titular. Eso y mucho más es cierto, pero había un importante grado de esperanza y de vigor en una sociedad que pensaba y hablaba de salir de la crisis. Al menos, los ciudadanos se lo creían, porque no se habían pisoteado los principales derechos, los más esenciales y los que afectan, además, a los ciudadanos más desprotegidos. No temían los ancianos por sus pensiones, no se tambaleaba el sistema sanitario, ni se convertían en servicio de pago todos los servicios que pagamos en impuestos. No se rescataba a bancos, con gravísimas repercusiones en la sociedad, para que pudiera seguir presentando beneficios ¡y lo celebran con un ere de seis mil empleados! Mire usted, se va a ir a la calle para que la entidad pueda ser viable, y en sus impuestos se gravará el precio de su guillotina, qué le vamos a hacer, esto va así.

Hemos perdido la principal herramienta del impulso porque ya no se cree nada nadie. Somos una masa informe e infecta que se está quedando sin luz ni ganas de levantarse porque ya no cree en nada. No hay en fe en nada y, donde creamos verla, es un paripé que queda bien. La corrupción de le era felipista llegó a ser tremenda, pero, al menos, vimos a gente entrar en el talego, vimos alguna cabecita rodar. Pero ya no, los indultos son para los que los firman, faltaría más, los banqueros despedazan y huyen con el botín, los gobernantes nos desangran con medidas que piensan principalmente en las siguientes elecciones y los tontitos de la calle ya no tenemos esperanza porque estamos desmoralizados; todo es un embuste y la sensación es que ni siquiera estos políticos de tercera que nos gobiernan mandan algo, sino que están al dictado de los mercados y nos quedamos sin impulso porque no se ve la luz al final del túnel y, lo más importante, no quieren que la veamos. La política de los neoliberales salvajes ha creado este efecto de sálvese quien pueda y que cada uno busque su beneficio pise a quien pise.

Me viene a la memoria el fantástico libro de Javier Gomá, Ejemplaridad Pública, donde se habla de lo importante que es, en los políticos, lo que hacen y lo que son. Lean, por favor, y recuerden la frase de La Bola De Cristal: «Si no quieres ser como ellos, lee».