Un clásico de las navidades es el anual escándalo progresista porque alguna autoridad de nuestro aconfesional Estado mande una felicitación católica de las fiestas (esta vez, el presidente del Congreso). Pero aquí el único que ha hecho algo práctico para que no se use la imaginería católica es el Papa, que de momento en el Portal de Belén „por ahorrar calefacción, se supone„ ha mandado al matadero a la mula y el buey (como aperitivo de lo que hará el año que viene), algo que los laicos no han alcanzado ni en sus sueños más nihilistas. Sin embargo, lo escandaloso de mandar una felicitación católica en tan señaladas fechas no es que se quiebre el principio de aconfesionalidad, sino, propiamente, que se felicite. Que te hablen de no se qué felicidad para pasar lo más opresivo del calendario (cada año se alcanzan nuevas cotas de lobreguez) es una broma de pésimo gusto. Es como las notas de los secuestradores educados: «O el lunes nos da cien millones en billetes no marcados o le enviaremos el cadáver metido en sobres. Aprovechamos para desear que pase un agradable fin de semana».

Cualquier persona sensata dudará si es mejor alegrarse de que se acabe de una vez este año o que, siguiendo a los mayas, de que se acabe de una vez este planeta. Por si la realidad del país no fuese suficientemente oscura, tu director de banco se siente en la obligación de enviarte un christmas naif. No advierto diferencias perceptibles entre los buenos deseos navideños que te dirige alguien que se prejubilará llevándose crudo el dinero del rescate financiero y las cartas firmadas por del mismo señor amenazándote con mandarte a los señores del abrigo si no le pagas. A veces, el cartero te da en mano ambas misivas, expedidas en idéntica fecha, y la felicitación resultante de la mezcla de las dos te desea para el año nuevo el mejor y próspero de los desahucios. Que pases una feliz navidad junto a los tuyos bajo el ojo del puente.

Lo intolerable, en fin, de lo que ha hecho el presidente del Congreso es que hable de felicidad en las lenguas del Estado, que no sé si es incompatible con la laicidad, pero sí con la realidad.

La única felicitación con sentido para esta navidad y el 2013 (que será aún más apasionante que 2012 por lo mismo que Woody Allen decía que lo del Holocausto judío se batiría porque «los récords están para ser superados») es la que me manda un conocido algo escéptico: «Para estas entrañables festividades, te deseo un pronto restablecimiento de ellas y que con este año nuevo inauguremos por fin la feliz década de 1980».