He visto, conmovido, una de las grandes obras maestras imperfectas y por supuesto instantáneamente olvidadas del cine español. Juguetes rotos, un documental de 1966 de aquel Manuel Summers que unos años más tarde pegó el pelotazo con la cámara oculta de To er mundo e güeno. El primer juguete roto fue la propia película nada más estrenarse. Va de la vida de señores mayores anónimos que habían sido célebres en su mozandad, en el primer tercio del siglo XX. Como digo la obra es irregular „la irregularidad es condición inexcusable de lo sublime„ porque en el guión se cuelan algunas moscas y un poco de polilla retórica de Información y Turismo: aquel ternurismo oficialesco que a veces tenía el periodista Tico Medina. Pero Summers hizo el documental pensando en la peripecia de un ex futbolista del Athletic de Bilbao (Atlético, en su época), y esa es la parte inmortal que perdurará si alguien se molesta en ver la película, o aunque no se la tome: lo magistral no deja de serlo aunque nadie jamás tenga noticia de ello.

La película debió ser, solamente, el futbolista, al que Summers quiso encontrar tras toparse, en la vida real, con su cara estampada en un cromo de su infancia. Sin lo demás, nos habríamos arreglado. Que un boxeador, Paulino Uzkudun, llegue a (relativo) juguete roto es un lugar común. Va en el precio. A lo de los toreros olvidados siempre le falta hondura trágica, porque al fin y al cabo vuelven, otra vez pobres, a donde salieron: al arroyo. Donde resplandece la épica de la derrota es con este futbolista. Guillermo Gorostiza, se llamaba, alias, cuando jugaba, Bala Roja. Luego, bala perdida. Cinco veces campeón de Liga, cuatro de Copa, diecinueve veces internacional con España... Nadie lo conocía en Bilbao, salvo unas viejas. Voluntario requeté en la Guerra, mantuvo aquellos andares vizcaínos a los que cantaba Sabino Arana y esa dignidad un tanto tiesa del que se ha bebido hasta el ´mistol´. Hizo la película, Campeones, junto al portero Ricardo Zamora y en el bar de los estudios, cuando se fue, «pusieron la bandera a media asta». ¿Qué haces ahora? le preguntaban en la película, tras localizarlo en un asilo de tuberculosos. «Sólo el ridículo». «No ruego, exijo» algo a la España a la que tanto había dado. Falleció, a pesar de su magnífico aspecto de tísico de hierro, ese mismo verano. Sin rogar. Digno, un tanto tieso. Le encontraron, sola pero irrenunciable posesión, una pitillera donde ponía «al mejor extremo izquierdo del mundo de todos los tiempos», igual que, tras caerse el avión del Manchester United, el centrocampista Duncan Edwards solicitó, para morir en paz, que buscaran entre los restos del aparato el reloj de oro que le dio un español llamado Santiago Bernabéu...