Si Luis Buñuel hubiese visto la película mexicana El Infierno, de Luis Estrada, creo que le hubiese gustado. Su cine trae extraños recuerdos de aquel cine satírico y realista de los bajos fondos de un México que trabó Buñuel en Los Olvidados, por poner un ejemplo de cinta de las que él llamaba ´alimenticias´ y que eran retratos de la vida mexicana que a nadie dejaba indiferente. Otra película de Estrada, La Ley de Herodes, sobre la corrupción, ayudó bastante para echar de la presidencia de México al PRI. Son películas que han fotografiado la vida real de un país en crisis moral. Crisis por otra parte extendida después a otros muchos países, incluido el nuestro.

Desde la llegada del narcotráfico, la mejor película que hasta la fecha se ha visto sobre esto es El infierno, visionada en México por tres millones de personas a pesar de la censura a la que se le sometió. No tuvo la misma suerte, por mala película, la que surgió de la formidable novela de Arturo Pérez Reverte La reina del sur, también sobre el narcotráfico y de la que tuve que hacer un diccionario de mexicanismos para leerla (icorso.com/reinasur16.html).

Puede que algún cinéfilo me diga que El infierno se hizo a finales de 2010 y que en el 2011 llegó a España, y fue finalista en los Goyas a la mejor película; pero yo la he visto hace tan sólo unos días y puedo decir que es tan actual como entonces. Benjamín García, cómo miles de mexicanos, regresa a su pueblo deportado de EE UU y se encuentra con un país desolado por la crisis económica y la violencia. Para salvar a los suyos de la miseria, García entra en el negocio del narco del que, por primera vez en su vida, obtiene una enorme prosperidad pero también un dramático final. Sátira política de cáustico humor negro, El infierno nos adelanta en el cartel de propaganda una pregunta que sirve para hoy y no sólo en México: «¿Habrá este 2010 algo que celebrar?».

Pero por qué no se hacen películas así, literatura así, creatividad no modelada por el imperio de la autocensura, del silencio cómplice, de la afonía intelectual, sino abierta al profundo problema de Gobiernos y las mafias económicas, sean del narco o de la evasión de capitales.¿Ya no tiene interés el infierno en el que viven millones de personas? ¿Acaso la mordacidad ácida de una película no es también una característica esencial de la vida? ¿o es que no es, casi siempre, la realidad mucho más violenta que la ficción?

Ha sido Estrada, un director mexicano, quien ha retratado de forma magistral la putrefacta interacción del gansterismo económico con sus instituciones y cómo éstas, con sus vacuos y vanos discursos, cubren su ineptitud para solucionar los problemas de la gente. Por eso estamos necesitados de un cine y una literatura menos ´blanda´, que muestre el infierno en el que vivimos, la excepcional vinculación de la corrupción con los poderes reales, la crisis de la pobreza más extendida y terrible que se ha conocido. Por eso, ahora que tanta necesidad tenemos de que se cuente nuestra angustia, me he sentido obligado a hablarles de esa película.

En el México de El infierno, y como dice una canción, «la vida no vale nada». Miles de personas vuelven deportadas de EE UU a su país. Son los llamados ´mexicano-americanos´ («Por mi madre yo soy mexicano, / por destino yo soy americano»). Es esta una verdadera historia de la inmigración. Como lo es la de los que alcanzan nuestras costas en miserables pateras, gritando «Viva España y Viva Iniesta», que no lograrán el trabajo que necesitan para vivir porque aquí hay una crisis generalizada y consolidada por una corrupción interactiva con los Gobiernos (políticos-banqueros-millonarios), porque aquí tienen hambre los niños, todos los días se echa a familias de sus casas y se suicidan pobres€ ¿No son caminos terminales de una verdad no contada de una comunidad de intelectules cómplices y áfonos?

Por eso me he acordado al ver El infierno de las cosas que pasan. Y, aunque la película mexicana es de una violencia inusitada, terrible, lo es de una extracción realizada con datos de excepcionalidad verdadera. Y la vida, en 2010 y ahora, tampoco vale nada para millones de personas.

La historia violenta de El infierno tienen de aquella sátira social del maestro Buñuel, de historias subterráneas. Porque en el infierno no hay nada que celebrar. Porque son intrahistorias arriesgadas que conmueven la vida por ser vidas, vidas de gentes en barrios donde no llega una cámara de cine. Pero historias que no ocultan nada: ni al Gobierno, ni al narco, ni a la Iglesia católica, ni a los cuerpos policiales. Es también el infierno de la complicidad. Y Estrada es un maestro que nos ofrece el ´infierno´ mexicano con dosis de un humor ácido muy personal. Un cine creado con absoluta independencia, un retrato universal de país en crisis, como tantos, una película honesta, perturbante e incómoda por verdadera, que nos duele y nos molesta.

Como debería ser el cine, o la literatura, como es la vida.