Como volvemos a ser pobres en nuestro propio país está bien que los ricos sean gente de lejos, rusos, chinos... Los ricos se avecindarán en España comprando casas de más de 160.000 euros y pasarán más tiempo pagando impuestos, yendo al súper y dándonos trabajo para que, como fuimos siempre, seamos pobres pero alegres.

Cuando la riqueza es un horizonte lejano las personas se dedican a reír y quererse. Los indicadores de felicidad de países remotos siempre superan a las amargas potencias. En la crisis necesitamos dinero más que nunca pero queremos relaciones afectuosas. Lo que nos pasa es la consecuencia de haber tenido la riqueza aquí mismo, en una alianza mortal entre la cuñada garbosa y el solícito banco, uno consumiendo, el otro financiando, los dos metiendo el turbo de la infelicidad y del consumo y repitiendo el discurso de es más tonto quien menos tiene. La crisis ha bajado la credibilidad y la intensidad de la oferta y se ha arrugado la demanda. Hay una prueba de esfuerzo en las próximas navidades: cómo vender extra a consumidores sin extra.

Bienvenidos a esta tierra los que, siendo extranjeros, son como españoles porque quieren una vivienda en propiedad en España. Siga al discurso buenista de la patera el discurso malista del jet. Adiós, trabajadores del Sur; hola, propietarios del Este. En los próximos años bajará la población española „más partidaria de morir que de nacer„ pero no el ambiente.

Para los que somos mayores todo será un regreso a la infancia, cuando ser rico era cosa de extranjeros.

Hace 50 años, un francés „por el mero hecho de serlo„ era más listo porque sabía francés, más rico porque pagaba en francos y más libre porque vivía en Francia. Entonces Francia estaba más lejos que hoy Rusia. Ahora, españoles y franceses somos comunitarios y la riqueza lejana tiene que venir de más allá para que sigamos siendo felices.