En medio de una vorágine de mal llamadas reformas, ¿por qué no soñar con la gran reforma educativa pendiente? Me refiero a la educación para la belleza, enseñando a apreciar sus poderes como vía de conocimiento de cosas distintas de las llamadas útiles. Todo la fuerza de transformación almacenada en las palabras, la música, las artes, o en la contemplación de la vida, el paisaje, la gente, a través del prisma de la belleza, ¿ha de ser eternamente sólo para unos pocos, digerida y metabolizada por un censo corto? ¡Qué gran revolución incruenta, y qué fructífera, la que priorizase el cultivo metódico y programado de las conciencias, a través de las artes, para que la belleza crezca en ellas! El sistema no sabe que por esa vía se despierta el talento creador de un pueblo también para la invención ´utilitaria´. ¿No habrá un político, uno sólo, que se atreva a predicar esta herejía?