No sé si desconocen un concurso televisivo que consiste en buscar personas anónimas por la calle que respondan por el concursante. El entretenimiento consiste en que a veces el concursante apuesta a que el desconocido que se presta en su ayuda no sabe la respuesta. Cuando eso ocurre el presentador les dice: «¿Quién no puede saber eso?». Los concursante no dudan: «Alguien muy joven o mayor». Ya se pueden imaginar qué tipo de preguntas son, de esas del caballo blanco de Santiago. Pero lo interesante es la presunción del público en general acerca de la ignorancia compartida y generalizada por las generaciones que están en los extremos.

«¿Quién puede no saber qué es una porción de tierra rodeada por agua?», dice reflexivo el jugador. «Alguien muy joven, o viejo», se responde a sí mismo. Es una presunción falaz en realidad, porque la mayoría de las veces saben las respuestas. Pero la tendencia del público en general es invariable, presuponen la ignorancia de estos colectivos que son, curiosamente, los de la mayor parte de los implicados en la iniciativa de ´rodear´ el Congreso de los Diputados o se han hecho célebres con la Spanish Revolution.

No soy el primero en observar un rasgo común entre las generaciones extremas. Otros han señalado antes que yo el hecho de que ninguno, ni jóvenes ni jubilados en su mayoría, hacen declaración de renta ni, en su mayoría, trabajan. Pero me resulta más llamativo el que se les tome a ambos por igual de ignorantes, sobre todo a los jóvenes, ya que éstos han sido forzosamente escolarizados por el Estado. Queda claro así como para la mayor parte de la población adulta, aquella que trabaja, hace declaración de renta y suele saber de qué color es el caballo de Santiago, haber ido a la escuela no presupone que uno haya aprendido nada. Pero, coñas aparte, lo más chocante de todo este asunto, que puede parecer una mera anécdota, es que los partidos políticos desarrollan sus campañas pensando en captar el voto de los muy jóvenes y los mayores; es decir, suponen o apuestan, como el concursante del No lo sabe, que es la ignorancia del electorado lo que les dará el poder.

Hace unos días tuve la visita de un antiguo alumno, todavía muy joven, actual estudiante universitario, que me instaba a firmar un alegato a favor de la educación gratuita, ese era el eslogan, así de claro y distinto. «Pero ¿tú qué quieres?», le pregunté, «¿que no me paguen?». No entendió demasiado bien mi pregunta, a pesar de que también era clara y distinta. «No, no, te tienen que pagar más, hay que mejorar la educación». «Hombre, pues eso sí que mola», le dije, «por eso sí te firmo, pero cuando vengas con la pancarta que ponga Para que a los profesores les paguen más». Según el joven, estaba implícito en educación gratuita, mejor educación, y en esa implicación otra, a saber, mejorar el sueldo de los profesores. Pero entonces la educación no será gratuita, tendrá un coste. «Bueno», respondió, «es que va implícito que tiene que pagar el Estado». Como aún no soy tan mayor para firmar nada implícito me fui a mi siguiente clase expresando explícitamente a mi antiguo alumno mi deseo acerca de ver el final de la educación pública, lo que le causó aún más sorpresa e incomprensión que mi primera pregunta. De camino al aula me consolé recordándome a mí mismo que el Estado es siempre el enemigo del hombre libre, cosa que descubrirá este joven, y todos los demás, con su primera declaración de renta. «Pero si tú eres funcionario», me decía acorralado por el absurdo. Espero que a día de hoy ya se haya repuesto.