Algunos la daban por muerta como medio de influencia, a manos, por supuesto de internet, los móviles y las redes sociales. Sin embargo, su prestigio como medio de comunicación y como factor de influencia en la opinión pública ha renacido de sus cenizas gracias al vuelco que dieron las encuestas después del primer debate entre el presidente Obama y el candidato Romney.

Para sorpresa de propios y extraños, empezando por los propios protagonistas y sus asesores de campaña, ese evento televisivo provocó un inusitado cambio en las expectativas electorales para ambos candidatos, rescatando a Romney de una derrota segura y devolviéndele íntegras, incluso con algún plus añadido, todas sus expectativas de victoria.

La relación entre la televisión y la política tiene apenas sesenta años, casi tantos como el medio, pero desde luego ha sido intensa y está repleta de anécdotas interesantes. Quedan ya lejanos los tiempos en que Adlai Stenvenson, aspirante a la Casa Blanca por el bando demócrata y enfrentando a Dwight Eisenhower, invitó a pasar a su recién nombrado asesor para televisión a la habitación de su hotel. Y no fue para hablar de la estrategia en ese novedoso medio, sino para que le arreglara el endemoniado aparato, cuya imagen se negaba a estabilizarse. Para eso pensaba el ingenuo Stevenson que servía un asesor para televisión. No es de extrañar que fuera barrido por un bien asesorado contrincante Eisenhower, que realizó el primer spot de televisión en una campaña política que se recuerda. Unos inevitables dibujos animados, un recurso creativo típico de la época, que se movía al ritmo facilón del pegadizo jingle publicitario, cuyo estribillo era Like Ike (Ike era el nombre familiar por el que se conocía a Eisenhower, lo que sería el equivalente al ZP de nuestro antiguo y afotunadamente ya retirado de la política presidente Zapatero).

Esa es la primera historia conocida sobre el desprecio „aunque compresible por lo novedoso del invento„ de un político hacia el medio televisivo. La siguiente historia muestra justamente lo contrario, y revela el instinto político del protagonista en cuestión. Se trata, nada más y nada menos, que de Richard Nixon, entonces vicepresidente con Eisenhower, cuya renovación en el ticket de la candidatura estaba francamente en el aire, después de que aparecieran creíbles informaciones sobre unas turbias donaciones de empresarios a sus fondos de campaña. Eisenhower, un general sin la más mínima mácula de corrupción, se negó a confirma que Nixon volvería a repetir como candidato a la vicepresidencia en las próximas elecciones. Este personaje, viendo en peligro su posición política, tuvo la feliz idea de comprar una hora de televisión en la franja de máxima audiencia para lanzar su discurso exculpatorio a la nación.

Aquel discurso, realizado completamente en directo en una época donde los primeros magnetocospios eran apenas funcionales, es conocido como el del ´perrito Chéker´. La historia es fascinante. Nixon se hizo acompañar en ese discurso por su mujer y su hija pequeña, que se mantenían en un discreto segundo plano en un decorado típico de sala de estar de familia americana, chimenea incluída. Nixon, a lo largo de su discurso, presentó una prolija y detallada contabilidad de todos sus gastos e ingresos a los fondos de su campaña. Pero en un momento determinado, y mirando fijamente a cámara, provocando una inusitada tensión en todo el país, confesó a la sorprendida audiencia que también había recibido un regalo que no había declarado y que, por tanto, constituía una falla irreparable de su honestidad, demostrada por otra parte en múltiples aspectos y de forma fehaciente en su anterior presentación. Ese error imperdonable había sido no declarar el regalo de un perrito yorkshire, que, una vez que traspasó el umbral de casa, él no había conseguido arrebatar de los brazos de su hija pequeña para devolverlo a su poco informado donante. Ese había sido todo su error, y pedía perdón por ello en ese mismo instante a toda la nación americana.

En los días siguientes, algo más de dos millones y medio de cartas y telegramas llegaron al despacho del presidente Eisenhower solicitando la permanencia de Nixon en el ticket presidencial. Ante tamaña demostración de entusiasmo y apoyo, así lo hizo, lanzando a Richard Nixon a lo que parecía una imparable carrera para sucederle.

Dicen los expertos que ese éxito impresionante de manipulación televisiva fue lo que condujo, por exceso de confianza, a su tremendo fracaso en su debate electoral con Jonh F. Kennedy, que siempre se ha puesto como ejemplo (hasta el de Obama y Romney) del impacto electoral de un debate televisivo en una carrera electoral norteamericana.

Dicen que Nixon estaba con un mentón oscurecido por falta de afeitar (las cuchillas de entonces no eran como las de ahora), aunque lo más probable es que su rictus de incomodidad, provocado por un fuerte golpe en la rodilla sobre una herida anterior al salir del automóvil que lo condujo al debate, tuviera más influencia sobre la mala impresión general que dió a los televidentes. Fuera cual fuera la razón, en aquel debate Nixon apareció nervioso y crispado, frente a un Kennedy que se había pasado al día relajado en la piscina familiar y jugando al golf. Por eso hay que entender que Nixon odiara el resto de su vida a muerte a todos los que consideraba como ricachones presuntuosos de la Costa Este.

Más recientemente se recuerdan los momentos en que un chiste de Reagan (diciendo que no quería convertir la edad en un asunto de campaña para no poner en evidencia la falta de experiencia de su competidor Walter Mondale, cuando lo que se cuestionaba precisamente era su idoneidad para el cargo debido a su avanzada edad) y un gesto irónico de George W. Bush (ante un Al Gore al que alguien había aconsejado que intimidara y dejara en evidencia a su oponente con su envergadura física aproximándose mucho a él) como situaciones que pudieron tener alguna influencia sobre el resultado final de los debates televisivos.

En cualquier caso, lo significativo de todas estas historias es la relevancia electoral que se le dio históricamente a la televisión (probablemente por encima de su influencia real en la campañas). Y correrán sin duda ríos de tinta sobre el mismo asunto si finalmente gana Romney en estas elecciones. Malas noticias para los gurús de internet y las redes sociales, y para los que dieron por muerta la televisión como el gran medio de comunicación de referencia. Parece que este muerto, finalmente, estaba bastante vivo.