No tengáis miedo. Estas fueron las famosas palabras con las que Su Santidad Juan Pablo II empezó su pontificado hace ya casi tres décadas y media. Las circunstancias en las que se proclamaron eran completamente distintas a las actuales. Guerra Fría. Una gran parte del mundo y en ella media Europa bajo el yugo de dictaduras socialistas a las que todavía les quedaba más de una década de gobierno…

Sin embargo, sus destinatarios de entonces, aun y las distancias temporales y espaciales, sí que comparten una característica común con muchas personas del presente: el miedo. En ellos era miedo a un sistema político opresivo que les había arrebatado las libertades y la dignidad o bien no se las había permitido ver nunca. En nosotros es el miedo a la crisis económica y a sus correlatos en nuestra vida diaria, esto es, el paro, la pobreza y la incertidumbre vuelta temor hacia el futuro. Ellos no disfrutaban de las libertades que nosotros damos hoy por descontadas y las palabras que hacia ellos volaron desde la Plaza de San Pedro en Roma buscaban insuflarles ánimo y esperanza.

Confianza en que, por muy negro y siniestro que pareciera el presente, aquello que había de venir iba a ser mejor. Fe en un porvenir en el que el sol volvería a salir y en donde el miedo, como la niebla cuando amanece, se desharía dejando apenas un vago y triste recuerdo. Fueron palabras llenas de fuerza. Palabras que se materializaron poco a poco en hechos. Y que, con la perspectiva de los años, bien pueden ser vistas como la antesala del cambio que hoy disfrutan millones de personas que ya viven en democracia y libertad.

Hoy, en el presente, en España, vivimos también momentos de miedo. Zozobra y temor que corren escurridizas como serpientes de colores chillones por nuestras calles dispuestas a mordernos los tobillos y arrancarnos pedazos de piel llamada esperanza. Millones de parados. Retroceso de la economía. Perspectivas oficiales pesimistas. Se anticipa un año como nunca lo han visto varias generaciones. Allá donde miremos sólo se nos dice que lo malo se volverá peor. Si hasta ahora había sido duro, desde ya aún lo será más. Las familias que acuden a la caridad para sobrevivir han alcanzado cifras nunca vistas. Los jóvenes emigran al extranjero en busca de oportunidades que aquí no se les ofrecen. Los funcionarios ven recortarse sus salarios. Los pensionistas temen por sus pensiones. Los subsidiados penden de un hilo. La pobreza se extiende como niebla oscura que presagia males mayores tras ella.

Todo son malas noticias y ver el telediario, leer un periódico o siquiera encender la radio más parece un parte de guerra (que vamos perdiendo) que cualquier otra cosa. Dan ganas de bajarse del barco. Dan ganas de salir corriendo. Miedo, miedo, miedo. ¿Vamos a rendirnos? ¿Vamos efectivamente a huir presa del pánico? ¿Levantaremos las manos y esperaremos pasivos a que nos llegue nuestra hora como condenados al pelotón de fusilamiento?

¡No temáis! Sí, repitámoslo. Ahora más que nunca. Más fuerte. Justo ahora que nada parece, como entonces cuando se pronunciaron, presagiar que estas palabras serán escuchadas y atendidas. ¡No temáis! ¡No tengáis miedo! Sed fuertes. Resistid. Aguantad como podáis, como seáis capaces. Pero ni se os ocurra rendiros. El momento es complicado. El momento es una pesadilla para muchos. Pero no podemos rendirnos. Ni podemos, ni vamos a hacerlo. Cuando más oscuro está todo es precisamente cuando más fe y esperanza debemos tener.

Este país sigue a flote. Tiene vías de agua por doquier. Pero sigue a flote. Y nosotros en él. Hay millones de parados. Pero sigue habiendo millones de personas con trabajo. Hay jóvenes que se van. Pero también los hay que se mantienen aquí con confianza en prosperar. Hay familias en apuros. Pero también las hay que nacen y progresan. Muchas empresas cierran. Pero hay otras que tiran de la sociedad. ¡No podemos permitir que el miedo nos domine! No que nos paralice. No que se adueñe y enseñoree de nosotros.

Hay que luchar. Hay que salir cada mañana a la vida y apretar los dientes. Esforzarse. No rendirse nunca. No es que no nos quede otro remedio. Es que si no lo hacemos, no habrá ninguna posibilidad. De acuerdo, ya estamos en el fondo del pozo. Pues dame la mano. Y yo te la doy a ti. Y ese al otro. Y el otro a aquel. Y todos juntos tiramos hacia arriba. Subimos. Salimos del pozo. Poco a poco. Con dolor. Con sufrimiento. Pero juntos. Unidos. Como una piña. Como un grupo compacto. Solidaridad. Confianza. Esperanza. Fe. Trabajo. Dedicación.

Honradez. Todo lo que perdimos por el camino en años pasados. Todo lo que nos faltó y nos llevó a donde estamos ahora. Es hora de recuperarlo. De volver a armarnos con lo que nunca debimos perder. Valores. De grupo. De comunidad. De todos a una y ni esta, ni diez, ni mil malditas crisis podrán con nosotros. Porque estamos vivos. Porque nos sobra el valor. Y porque, mientras uno solo de nosotros respire, es el miedo el que debe temernos.