En estos tiempos ya no se puede coger el teléfono, porque una de dos, o es el banco, o es el sastre. Y no para llamarte bonito. En cualquier caso, siempre es un acreedor a deshoras (a mí me gusta ahora llamarlo ´proveedor´, más finamente) al que no pago lo que debo. Al que no pago, no por opción estética, que sería lo deseable —en el siglo XIX quien no iba a prisión por deudas no era nadie en mi profesión ésta del artisteo, donde somos, según acuñación de Houellebecq, «parásitos sagrados»—, sino por esa cosa sé que imperdonable y reprensible llamada necesidad. Pero como yo no puedo dejar translucir mi necesidad, aparento que es por pura elegancia.

Yo no pago siguiendo el ejemplo de los mayores: las instituciones públicas, espejo de toda dignidad. Ya me lo decía mi ama Pascuala desde pequeño: «Tú respeta a los que se bajen de un coche negro». Si las instituciones, que no pagan jamás, y que ahora dicen que lo mejor y más rápido para que desaparezca su deuda es que los deudores la perdonen, se siguen bajando del coche oficial con más tiesura que Curro Romero siendo conducido al cuartelillo tras dejarse vivo un toro, por qué no lo voy a hacer yo. Cabeza alta, pie firme, y pide que te condonen lo debido. «Habla bajo y lleva un buen garrote», es el axioma del buen diplomático, ideal para conducirse ahora por las calles con peligro de encontrarse a alguno que te prestó perras. El Duque de Palma, Urdangarin, nunca ha parecido tan espiritado y elegante como entrando al juzgado, por llevárselo. La conclusión es de una evidencia prístina: lo que emanaba elegancia no es Urdangarin, sino no devolver el dinero. Quien paga es porque tiene miedo.

Nunca cojas el teléfono. Parece el título de una película de terror, subgénero gótico americano con psicópatas. Y, en efecto, en España estamos en plena película de terror, donde quien llama porque sabe lo que hicistes el último verano es algún centro de recuperación de activos. Los acreedores ya no te mandan al cobrador del frac, porque el cobrador del frac también pretende cobrarles, y al parecer ahora en España no hay dinero ni para ir a cobrar el dinero. Lo que hacen, sobre todo los bancos, es más sutil e insidioso. Te llaman desde distintos teléfonos con prefijos simulados, en la esperanza de que los confundas con alguna querida y lo cojas. Sale una voz femenina muy agradable oriunda de Sudamérica, que a lo mejor también está en Sudamérica, reclamándote unos euros en España que no te constan o que directamente no recuerdas (como Urdangarin: aducir mala memoria es privilegio de la nobleza).

Te pones soñador, pensando qué hubiese sido de la economía española si los bancos hubiesen puesto el mismo celo que emplean durante años y años en recuperarle trescientos euros a un ´pelado´ cuando regalaban ´fallidos´ de 300.000 millones a los especuladores. Ya no estamos seguros en ninguna parte. Vigila quién te llama.