El reciente desnudo de la escritora Lucía Etxebarría a través de su ´perfil´ de Facebook, y rápidamente sustituido por el mismo posado en ropa interior, al margen de la pretendida polémica y afán propagandístico, representa un sinónimo, elevado al paroxismo, de la constante ´desnudez´ que también nos ofrecen la mayoría de escritores en sus respectivas redes sociales. Hoy, cualquier escritor que se precie, y sea cual fuere la calidad literaria de su obra, no duda en mostrar su intimidad, pasiones, excentricidades y gustos personales (incluidos los literarios), ante las cuestiones que le plantean los miles de ´amigos´ y lectores que cada día visitan sus blogs, ´páginas´ y ´perfiles´ en Facebook, Twitter, o Tuenti.

Una comunicación hiperactiva, interpersonal, de tú a tú; aunque en un buen número de casos es sólo aparente y engañosa. Pues dado el abundante número de visitas que reciben los escritores, cada vez más se está volviendo a imponer la figura decimonónica, de la novela por entregas, del ´negro´, ahora en cuanto a conocimientos tecnológicos e informáticos, que administra sus ´perfiles´, ya sea pagado por el propio escritor, su agente literario o editor. Una aldea global hipercomunicativa, trasunto de un viejo patio de vecinos, en la que todas las bondades, insidias y mezquindades son aireadas a los cuatro vientos, y nunca mejor dicho. Por ello no debe escandalizarnos el desnudo de Lucía Etxebarría ante la ´desnudez´ ética de sus colegas.

Y ante un panorama tal, entiendo que las redes sociales auspiciadas por los escritores, incluso en el caso de los fallecidos (Cela, Delibes, etc.) por sus editores y lectores, están fomentando una especie de pantalla translúcida que llega a distorsionar la autonomía del objeto literario, su literariedad, y, por consiguiente, la lectura e interpretación más o menos objetiva del lector. Son tantas las elucubraciones que los seguidores del escritor formulan sobre su obra, ya sea sobre aspectos internos de la narración, o bien externos de carácter sociológico y psicológico, que nuestra lectura, por mucho que nos concentremos, queda perturbada. Hasta el punto de que sería aconsejable, si no se posee una sólida preparación científico-literaria, no visitar el blog o el ´perfil´ de un escritor antes de la lectura de su obra si queremos obtener un ajustado y personal juicio crítico de la misma.

Algo de lo que, ya en el siglo XVII, se quejaba Lope de Vega cuando en un memorial al Rey, en defensa de sus derechos de autor, nos informa de cómo los compositores y vendedores de las ´coplas de ciego´ o ´pliegos de cordel´, junto a la bullanguera proclama y pregón de los versos y truculentas historias que venden por calles y plazas, también opinan y dan noticias sobre «atrevidas falsedades e ignorancias» de lo que honrados y conocidos autores escriben. Nada, pues, hay nuevo bajo el sol, salvando las naturales connotaciones.

Es de reconocer que Facebook, Twitter o Tuenti acercan a los lectores con sus autores, pero también es cierto que el continuo cotilleo que en las redes encontramos sobre la actualidad literaria (fraudes, plagios, juicios absurdos y opiniones temerarias) y la obra del autor, tiende a distanciar. Sólo en la escritura, en su más íntima esencia, en la obra de arte verbal bien construida en cuanto a la relación entre creación y sociedad, podemos encontrar las claves íntimas del escritor. Tan sólo la auténtica escritura nos permite desnudar al escritor sin éste advertirlo.

Todo lo demás, los comentarios que encontramos en las redes sociales, es accesorio y manipuleo.