La crisis se nota en que los jugadores ya no acuden al casino a gastar, sino a ganar. O en que no se va de tiendas para comprar, sino para ahorrar. O en que hemos aprendido a contar, con lo que el euro ha adquirido su auténtico valor. La iluminación ha coincidido con el décimo aniversario de la moneda común, la década más cara de la historia. Lejanos quedan los despilfarros del comienzo de milenio, cuando los optimistas identificaban alegremente un euro con una peseta. Más racionales, los pesimistas asociaban un euro a cien pesetas. Hoy se apura su equivalencia real, 166,6666 pesetas y me quedo corto. El entuerto se ha deshecho, pero no se recuperarán el dinero y el tiempo perdidos.

Diez años ya, y parece que ha pasado un siglo. La clase política hubiera preferido que los ciudadanos permanecieran en el analfabetismo numérico, porque la reconsideración de la moneda única ha sacudido las escalas del mercado de la corrupción. En un recorrido inverso a la inflación, la sustracción de cien mil euros al erario público se disculpaba hace una década como un pecado venial. Hoy se pide la horca por diez mil, así que no todo ha sido negativo en el ajuste de cuentas que conmemora el décimo aniversario. La toma de conciencia demuestra que las pérdidas económicas durante la crisis son inferiores a las pérdidas morales durante el boom.

La curación masiva no impide que 400.000 españoles crean que la situación económica es buena o muy buena, según el barómetro del CIS. Esta cifra demuestra que la resolución de la crisis se ha enfocado a preservar los privilegios. Para equilibrar la euroforia, tres de cada cuatro votantes de Rajoy están convencidos de que la economía no mejorará con el PP en el poder. Una década después, el declive de la moneda única ha convertido a Europa en el nuevo tercer mundo, degradada por las agencias de calificación y rescatada por el Fondo Monetario Internacional.

Ahora que hemos aprendido a contar, no podemos descartar que el euro acabe valiendo lo mismo que una peseta, y vuelta a empezar.