El historiador Josep Fontana habla de la frustración de aquellas personas que se sintieron defraudados con la Transición. Y no lo dice por los vencedores de nuestra guerra (in)civil, por supuesto que no, sino por los derrotados que, después de que Carrillo aterrizara en España con sus maleteros para organizar la burocracia del PCE, ´colara´ en la ventanilla de la legalización unos estatutos y un programa comunista por el que jamás lucharon aquellos hombres y mujeres que tanto pelearon por la libertad, pero también por la justicia y que se asombraron cuando vieron la puesta en escena de aquel comité central con la bandera tricolor.

Pasó lo mismo que con González, que, en un viaje de ida y vuelta a la secretaría general, hizo que el PSOE abandonara el marxismo y llenó su boca con la palabra socialdemocracia de la que muchos militantes no sabían realmente lo que era. Todos ellos, los militantes de izquierdas de uno y otro partido, que tanto y durante tantos años dieron su tiempo y hasta sus vidas por una democracia real, tuvieron que abandonar el partido o ´tragarse´ el adiós a la ruptura para iniciar un período que se llamó la reconciliación nacional, que era tanto como olvidarse de la justicia después de cuarenta años de dictadura. A eso es a lo que creo que se refiere Fontana.

Han pasado los años suficientes para que, una vez restablecida una ordenada democracia liberal, con el rey a la cabeza (que antes no era ni rey ni cabeza de nada), para que podamos rescatar de la historia los hechos acaecidos. En este sentido, la opinión de los historiadores más objetivos asegura que el régimen franquista era una dictadura que procedía de un golpe de Estado contra la legalidad republicana. Y nadie, sensatamente, duda ya de adjetivar aquel régimen como fascista. Pero he aquí que, desde que acabara aquella transición, se afianzaran las instituciones y gobernaran unos y otros, aún a estas alturas del proceso histórico y analizados los resultados, a fecha de hoy no existe ningún renglón consensuado en los debates del Congreso sobre cómo terminar el proceso e impartir justicia, terminado ya el proceso reconciliador, para aquellas personas que defendieron a la II República Española, estén vivos o muertos. ¿Y eso por qué no se ha hecho?

Una desgraciada opinión de punto final quiebra cualquier intento de acabar también con su desarrollo en relación con la finalización de aquella reconciliación. Quiero decir que aún en este país desmemoriado ningún Gobierno de izquierdas (por supuesto no lo hará la derecha por proceder originalmente de la mano de aquel franquismo) ha promulgado leyes que procuren con claridad distinguir al régimen golpista de los derrotados demócratas y aplicar justicia moral e histórica de esa memoria real. Y esto es porque aún no se ha finiquitado la idea reconciliadora que supuso no ya el perdón de los asesinos a efectos legales, sino ni siquiera el finiquito reconciliador que consistiría, entre otras cuestiones no concluidas en rescatar la dignidad de los republicanos a través de la exhumación total de los cadáveres de los derrotados y el advenimiento de un juicio que determine la condena de aquel genocidio.

Esta nueva frustración que procede de la neutralidad de los Gobiernos de izquierdas hace real que buena parte de la izquierda militante se desafecta, cada vez más y no sólo por lo que aquí se expone, ideológica histórica y políticamente con los partidos que han renunciado a llamar a las cosas por su nombre. La izquierda tiene la obligación de un paso histórico en la condena al franquismo restaurando, a través de leyes, la veracidad de los hechos y no sólo condenando el golpe de Estado, sino exhumando los huesos de los derrotados, que aún quedan en los osarios, con la dignidad merecida y, sobre todo, por no poner en práctica las huellas simbólicas de aquel fascismo para no caer en un desajuste político entre los que gobiernan y los gobernados.

Digo todo lo anterior como ejemplo, porque la medida de la comisión, con miembros socialistas a la cabeza, que ha estudiado la conveniencia de analizar esa obra faraónica de exaltación del fascismo como es el Valle de los Caídos, ha desfraudado radicalmente al concluir que allí deben seguir los asesinados por el fascismo que aún no han sido exhumados, y enterrar a Franco, con permiso de la familia y de los curas que viven en dicho Valle, con la dignidad que se merece, que es tanto como ocultar la historia, porque la comisión tiene la obligación de distinguir entre asesino y asesinados, y restaña brutalmente las heridas de la memoria y la dignidad que las víctimas merecen.

Porque no se trata de implementar aún más gestos cómplices de una traición con el nombre de reconciliación, sino de amortizarla y juzgar política, histórica y moralmente aquellos crímenes, y hacer desaparecer los restos simbólicos de aquel cruel régimen, en lugar de juzgar a los jueces que desean hacerlo. Por eso se reactualizan las palabras de Josep Fontana cuando nos dice que la izquierda nos trajo y nos mantiene en una tremenda frustración.

Y así nos va.