El trastero es la página viva de nuestra historia reciente. Es la despensa de las cuatro estaciones; casa de reposo de aquellos que estuvieron en activo y dejan, de repente, su trajín para quedar relegados u olvidados para siempre. El trastero guarda un sitio para el suplente, que espera su oportunidad aunque nunca le llegue.

Allí descansa el modelo de azulejo con el que se cambió la cocina o el cuarto de baño, las losetas de terrazo que sobraron al construir la casa y que nunca repondrán, a los que están en activo. Allí descansan los zapatos de invierno que tomaron aposento, incluidos aquellos tan incómodos de pico de golondrina que nos martirizaron el día de la boda. Las botas de agua que se pasaron de moda, la tabla del pan que se heredó de la abuela y la sucesión de juguetes de los hijos que ha mucho tiempo dejaron de ser pequeños. Desde la máquina de cine al observatorio meteorológico, desde el juego del monopoly al parchís que, increíblemente, todavía tiene brillantes colores, pese a los años... El ventilador que rara vez coincide con la estufa. La silla repintada que se guardó porque está enguitada de enea y sirvió a la abuela para mover a los primeros bebés en traqueteo cansino que dormía hasta la comprensiva vecindad. La caja de música y el oso que permanece vivo. Encima de un estante se alinean aquellos espantosos tomos de oposiciones que eran horribles hasta en su maquetación, enormes en su grosor, sin un solo esquema, sin una sola ilustración que sirviera de recurso para la memoria.

El trastero es el ejemplo de la cantidad de cosas que se tiran en estos tiempos de abundancia, de las muchas cosas inútiles que adquirimos para apenas utilizarlas, de lo efímero de nuestros caprichos, de la veleidad de nuestros gustos. Tantas cosas que se guardan en los viejos y repletos trasteros, olvidadas al instante de dejarlas que ya ni siquiera se sacarán cuando las necesitamos porque es más fácil comprar otra nueva. El trastero guarda para mañana lo que debimos tirar ayer. Es, no obstante, la mina de la futura industria del reciclaje que no hemos aprendido a montar en ciudades y pueblos. Claro también es el espejo que mirándolo nos ayuda a contar la historia de una o varias generaciones. Cuando el trastero es la despensa de las añoranzas su visita nos deja como perdidos en el tiempo.

Será una de las mejores fuentes a la que podamos acudir para componer el relato fiel de la vida de cada familia.

Pobres de aquellos seres animados o inanimados que gozaron del aprecio de quienes se sirvieron de ellos y tuvieron la desventura de ser catalogados como trasto y para dar de inmediato con sus huesos en las profundidades de la buhardillas, el caramanchón o el trastero. Puede que su mayor esperanza sea encontrar a otros conocidos que corrieron su misma suerte.

¿Tiene esto alguna moraleja? Mire que le diga… los primeros vientos de otoño peinan ya las canas de la nostalgia.