A una planta cuyo nombre deviene del Dios del Mar no cabe sino tributarle el mayor de los respetos.

La posidonia —a la que los biólogos se empeñan en apellidar como oceánica por más que sea una especie propia de un mar tan poco océano como el Mediterráneo— es también una modesta e inadvertida diosa del mar, como el Poseidón al que homenajea.

Biólogos, pescadores, ecologistas y gestores marinos de toda raza y condición conocen de sobra la importancia ecológica de esta planta superior que tiene pinta de alga pero que no lo es.

Cuando hablas con alguno de ellos o lees las cosas que escriben, te convencen sin lugar a dudas de que las praderas de posidonia constituyen uno de los ecosistemas marinos más importantes y productivos del Mediterráneo, comparable a otros ecosistemas mundialmente más famosos como los arrecifes de coral o los manglares. Te explicarán también que las praderas forman sistemas muy complejos que sirven como verdaderos ‘bosques’ marinos que dan cobijo a toda una inmensa cohorte de especies, alguna de las cuales aparecerán luego en nuestras despensas después de haber sido criadas como alevines en su estupendo dosel protector.

Pero además sabrás que la posidonia sirve para oxigenar el agua y, por tanto, para hacerla más productiva, y conocerás la importancia de sus praderas, que tienen la costumbre de pegarse al suelo marino en profundidades de hasta treinta metros y que reducen la velocidad de las corrientes atenuando el efecto del oleaje en la costa: no en vano sus hojas y sus raíces (a las que los biólogos, que le dan nombre a todo, llaman rizomas) actúan como una trampa que detiene los sedimentos furiosamente arrastrados por el mar antes de que lleguen a tierra y provoquen la erosión de la costa.

Lo único que parece molesto de esta beneficiosa planta es cuando sus restos y hojas, arrastradas por el oleaje y las corrientes, se amontonan sobre la costa y forman los conocidos arribazones (las ‘algas’ que cubren algunas playas), a veces de varios metros de espesor. Que sea molesto, sin duda, es normal pero subjetivo, porque otros vemos en esos arribazones un sitio frecuentemente agradable para pasear con los pies desnudos.

En cualquier caso estos arribazones también participan de los ‘beneficios’ que la posidonia tiene a bien concedernos, porque protegen la línea de costa durante los meses de mayor incidencia de temporales y suponen un importante suministro de materia orgánica y nutrientes, además de contribuir a la formación de dunas y a la implantación de vegetación sobre ellas.

Hace millones de años algún ancestro terrestre de posidonia oceánica emprendió el misterioso camino del agua para aprender a vivir sumergida. Desde entonces nos acompaña, silenciosa y beneficiosamente. Pero en su mismo frágil silencio la posidonia sufre las alteraciones producidas por muchas de las actividades litorales humanas. No vayamos ahora —con puertos, con obras costeras, con emisarios mal estudiados, con pesca de arrastre, con contaminantes o limpiezas excesivas de arribazones— a devolverle tan mal el favor que nos está haciendo.