Se habla tanto de impuestos que es normal que se digan ‘soplapolleces’, como apunta Cándido Méndez, secretario general del sindicato UGT. El impuesto son los otros. Los empresarios que quieren que se libere de toda carga impositiva su actividad piden que se graven céntimos en la gasolina para grava, para reparar las autopistas que se van gastando, pero los camioneros que, por razones de peso, son los que más estropean el firme rechazan la propuesta alegando que llevan en el depósito más tributo que combustible.

Se tiende a olvidar que los impuestos quitan por un lado y dan por el otro, cobran de lo que se gana y pagan lo que se usa. La cuenta perfecta, para unos, es que quiten más a los ricos para dárselo a los pobres en prestaciones y, para otros, que quiten a los pobres para darles contrataciones a los ricos. Antes se distinguía así la derecha de la izquierda pero ahora —con las ‘soplapolleces’— el lunes bajar impuestos es de izquierdas y subirlos el martes, también. Cuando hacen las cuentas los que hacen siempre la misma cuenta, sale que ningún impuesto que se aplique a los ricos merece la pena. Como cada día son menos —aunque cada vez sean más ricos— lo que puedes recaudar con una subida es el chocolate del loro. Cuando se propuso subir los impuestos a los cien ejecutivos españoles que más cobran, el economista de guardia dijo en la radio que eso suma un millón de euros y que no arregla nada. La cuenta sale mejor cuando se pueden aplicar muchos euros a muchas personas. Con todo, un millón de euros está mejor al servicio del común que en manos de cuatro ricos. No sólo por lo que arregle sino por lo que deja de estropear el dinero que, cuando sobra, llama a dinero que llama a especulación y a horterada y, si le siguieras la pista hasta el final, con la trazabilidad que se le exige al pepino, verías que, en alguna parte del mundo, comete un crimen.