No deja de ser interesante el escenario cargado de retos al que se enfrentan para esta próxima legislatura Manuel Campos, el nuevo consejero de Presidencia a quien han ido a parar las competencias ambientales, y su directora general de Medio Ambiente, Teresa Navarro, junto con sus secretarías general y autonómica, Casi haciendo paleontología, recuerdo cuando allá en los albores de la administración autonómica murciana la primera organización administrativa de la cosa ambiental correspondió a una Agencia Regional para el Medio Ambiente, de la que se decía que su futuro pasaba por depender de Presidencia -en concepto, no necesariamente en nombre- para incorporar horizontalidad y eficacia a un asunto que lo merece. Lo que también es cierto es que los asuntos ambientales se han movido en los últimos tiempos de uno a otro lado. Primero, hace ya años, con obras públicas, luego con la Agencia de Medio Ambiente que dependió de varios consejeros, después con agricultura, posteriormente como consejería propia, luego se le incluyó industria, después se creo Desarrollo Sostenible y Ordenación del Territorio, luego otra vez a Agricultura y Agua, y ahora a la consejería de Presidencia. La verdad es que es un poco locura.

En cualquier caso, lo cierto es que el nuevo equipo de Medio Ambiente se enfrenta con una colección de retos que lo son todo menos intrascendentes y aburridos. Desde el impulso largo tiempo esperado de las políticas de gestión de los espacios naturales y la biodiversidad, a los necesarios contrapesos desde la óptica ambiental para los procesos de ocupación del suelo, pasando por la mejora ineludible de los propios medios con los que cuenta para su importante cometido la administración ambiental, incluidos los aspectos aparentemente banales como el espacio físico donde los funcionarios de la consejería desarrollan actualmente su trabajo.

Porque son muchos y muy importantes los asuntos de la cartera ambiental en una región como la nuestra, inmersa en un momento histórico que vive todas sus luces y sus sombras, que ocupa un espacio administrativo uniprovincial y de medio tamaño relativamente abarcable para gestionar, ubicada en un geográfico lugar tan agradable como ecodiverso, frágil y estratégico, constituida por una población que se hace de acogida, protagonista e inmediata vecina de otros lugares dinámicos del arco mediterráneo, y que requiere de una política ambiental y del territorio particularmente potente y decidida.

La gestión de la biodiversidad, la legislación sobre medio natural y el paisaje, la aprobación de los planes de ordenación de los recursos naturales y de gestión de las áreas protegidas, las políticas sostenibles de caza y pesca, la lucha contra el cambio climático, la racionalización ambiental del desarrollo, la mejora de los procesos de evaluación de impacto ambiental, el impulso a las estrategias de biodiversidad, forestal y de educación ambiental, la restauración forestal, la inserción de las cuestiones ambientales en las políticas sectoriales, los proyectos europeos en los que colabora la comunidad autónoma, la agilización de los procedimientos, la promoción sensata de las energías renovables y la ecoeficiencia, la contaminación de suelos, la interlocución con la sociedad y los grupos ecologistas, la mejora de la calidad de vida en el medio ambiente urbano,…

Ya se puede ver el catálogo, en absoluto exhaustivo, con los que la política ambiental del gobierno de la región se enfrenta y se deberá enfrentar en los próximos años. Por ello mucha suerte y todo el ánimo posible a Manuel Campos y su equipo para hacerse, desde los mismos comienzos de su andadura, con las riendas de asuntos de la trascendencia de los que le ha correspondido gestionar. Con las tareas que les tocan, el consejero y su gente tendrán como para entretenerse y, confío, como para ilusionarse.