Al final, Zapatero anunció que no será el candidato del PSOE para las próximas elecciones generales, algo que ya se veía venir. Tal vez la Historia sea benevolente con él y sea recordado como el obstinado hombre de los brotes verdes. O, tal vez, los libros de filosofía recojan dentro de cincuenta años aquella frase tan enigmática de que la Tierra era del viento. ¿Quién lo sabe? Pero, hoy en día, con los datos en la mano, casi se podría afirmar sin miedo a equivocarse que las dos legislaturas del presidente Zapatero han sido de las peores de toda la historia moderna de España.

Yo sé que habrá gente que defienda a Zapatero por encima de todo, como simples hooligans de un partido político, sin analizar siquiera cuáles han sido sus logros. Hay quien, defendiendo a este presidente, dirá que la culpa de la situación de nuestro país es de la crisis, como si la crisis fuese un ente abstracto, como una nube de polvo que llega de repente y de la que nadie es culpable. Pero la crisis es un término muy real, tan real que causa hambre en las personas y, desde luego, no se produce por la climatología sino por la nefasta gestión de todos aquellos que, a cambio de un sustancioso sueldo, decidieron en su momento dirigir los destinos de los distintos países. Aquellos que lo defienden dirán entonces que la crisis es global, pero —aun siendo global— España ostenta el penoso récord de desempleo de todos los países civilizados, y eso es indiscutiblemente porque aquí se han hecho las cosas peor que en otros sitios.

Sin embargo, para airear sus escasos logros, dice nuestro presidente y sus adeptos que la política social del Gobierno ha sido espectacular, para caerse de espaldas. Y es cierto: la ley de dependencia es papel sin presupuesto, las jubilaciones se retrasan, el despido se ha hecho más libre que nunca, los estudios universitarios son cada vez más prohibitivos, las prestaciones por maternidad no llegan a la altura de nuestros países vecinos y la ley de violencia de género se ha mostrado absolutamente ineficaz. Pero eso no importa, porque para aquellos que viven de las frases y de las palabras lo importante es poder decir ´miembras´ sin ruborizarse y, con eso, ya está solucionado el problema de la igualdad de género.

Mirando las cifras, hay más bien poca cosa que pueda salvar a nuestro presidente de la quema. Pero, no contento con llevarnos a la ruina, Zapatero ha llevado al propio PSOE a una situación de extrema gravedad. Desde su llegada, Zapatero ha instaurado en el partido un reino de ´sonreidores´ y ´palmeros´, gente dispuesta a darle siempre el parabién. La autocrítica —una de las señas de identidad— ha sido eliminada del PSOE de un plumazo. Apenas quedan intelectuales o reformistas en el partido, ya que todos han sido sustituidos uno a uno por gente con gran capacidad para aplaudir y complacer.

Y es triste, es triste contemplar a un partido con carácter socialista convertirse en una caricatura de sus propios ideales, apoyando a los grandes bancos y pisoteando a los trabajadores, denigrando a la escuela pública, olvidándose de los pequeños y medianos empresarios, hipotecando a los jóvenes, mortificando a los jubilados y practicando su despótica política pequeñoburguesa con una intolerancia propia de otros tiempos.