Todas las modas de los modales me pillan a destiempo. Me costó acostumbrarme a ser tratado de ´caballero´ después de toda una vida creyendo que los caballeros estaban en las novelas de caballerías y en los rótulos de los retretes masculinos. En los años setenta ´caballero´ fue una forma de trato muerta, pero en los noventa, cuando no estaba tolerada ninguna forma de caballerosidad en los salones y habían desaparecido de las calles todas las caballerías, empezó a ser llamado así el varón de cierta edad. Fueron los años en que los horteras se hicieron ricos y seguramente les envanecía ese trato tan trasnochado como inmerecido en las marisquerías en las que la especulación, el cohecho y el ácido úrico se ponían por las nubes. A la corrupción le gusta pensar que es un pacto entre caballeros.

Por el paso de los años se había acostumbrado uno a que se refirieran a él como ´caballero´ cuando, de pronto, los jóvenes pueden incluirte en un «bueno, chicos». «Hola, chicos»; «bueno, chicos»; «vamos, chicos» se han popularizado en las conversaciones en las que hay mayores. Aunque varía por regiones, en la mía nunca me dejaron ser ´chico´. Cuando era niño quería ser chico y llamar chicas a las niñas como hacían Los Cinco y otras pandillas protagonistas de novelas de Enid Blyton, pero entonces los chicos y las chicas eran de Preu (curso preuniversitario). Sólo María Luisa Seco, la presentadora de los programas infantiles de TVE, que nos parecía tan mayor, se refería a su audiencia con un «hola, chicos».

Por más que haya aumentado la esperanza de vida y se haya retrasado la edad de jubilación uno ya no puede darse por aludido cuando oye ´chico´. Nos habíamos hecho a la idea de no oír nunca más ´viejo´ ni ´anciano´, pero, aunque ahora se prevé un futuro de centenarios que no lleguen a la tercera edad, eso no nos convierte en chicos, chicos.