Martes, 1 de marzo, 12 de la mañana. Me esperaba una entrevista para uno de los perfiles que se publican en La Opinión los jueves. Tendría lugar en la avenida Primo de Rivera. Pues bien, a estas horas tan extrañas para inspecciones policiales en cualquier otro lugar, me encuentro con un control de Policía Local, que me para a la salida del semáforo de la Plaza de La Opinión hacia Ronda Norte, donde se encuentra la salida del túnel que nace cuando se viene de la autovía —lo explico pormenorizadamente porque no quiero que piensen que me dio un siroco y lo invento— y cuando me encuentro a la altura de Midas, un taller de coches situado al comienzo de esta vía, un batallón de policías —a mí me lo pareció— me para y, ante mi cara de sorpresa, un buen mozo —sentada en un Cinquecento todo aquel que esté de pie parece un buen mozo— me espeta: «Señora, a qué velocidad circulaba...», pero teniendo en cuenta que no eran horas de hacer locuras y que yo venía de un semáforo en el que estaba esperando, a bordo de un modesto Cinquecento, eso de la velocidad excesiva no colaba: ni el Ferrari de Alonso podría alcanzar, en ese espacio, la velocidad que el buen señor insinuaba.

Lo cierto es que ante mi mirada de estupor —supongo que sería de estupor— me indica que avance y que ya me recepcionará otro compañero, y este otro me pide la documentación del coche. Como no entiendo lo que está pasando —ya sé, el coche es amarillo chillón, pero no creo que sea motivo suficiente— le pregunto qué ocurre y tras revisar atentamente mi documentación y encontrar el sello de la revisión del mismo me indica que tengo que poner el dichoso sello en el cristal, así es que me ayuda, todo hay que decirlo, a despegar el papelito y ponerlo en el mencionado cristal. Debo ser la única, pero como no es posible cogerme por nada —soy de una generación educada para llevar todo en orden— me indica que debo de enseñarle el recibo del seguro del coche. Como lo tengo —como buena Capricornio soy muy disciplinada— me dice que todo en orden y que circule. Pero como ya llegaré tarde por algo que no acierto a entender, inquiero por las razones de la parada y ahora me dice ¡oh sorpresa! que es porque no llevaba el papelito puesto. He pasado de ser parada por exceso de velocidad, que ya es imaginación con ´mi bólido´, a ser examinada por lo del papelito.

Vale, acepto lo de ´pulpo por animal de compañía´, pero se me ocurre que los guardias novatos deberían hacer prácticas en otras horas que no sean las doce de la mañana en el centro —para mí lo es— de la ciudad. Vamos, digo yo.