Después de algo más de un mes, pongo el pie en Onda Regional de Murcia, la radio autonómica. Y de alguna manera percibo que las instalaciones, los micrófonos, los ordenadores, ya no son lo que eran. Todos los compañeros en turno están ahí, todos, menos uno. Tengo la impresión de que a la vuelta inclinada del pasillo, junto a las cabinas de emisiones me voy a cruzar con Mariano Velázquez, cargado con su cartera de pedidos de publicidad, con los trastos de la móvil. Pero, no; es pura ilusión de amigo que le echa en falta.

Mariano y la radio han sido indisolubles, tal para cual; voz que ha regalado a raudales a la audiencia en días felices, en los nublados, en los turbios de los acontecimientos. Mariano vehemente, Mariano dispuesto, paso a Mariano que le sobraba verbo y le faltaba espacio. A él le ha faltado espacio en esta vida.

Durante años le he visto a diario en la pelea, en su pelea personal por tirar adelante de su familia; inasequible y tranquilo ante los micrófonos, en sus espacios y en los nuestros, porque él era quien nos sacaba las castañas de horno cuando alguno de nosotros ha fallado. Vacaciones sacrificadas; vueltas y más vueltas por la ciudad; el tráfico, las fiestas, miles de entrevistas y de entrevistados.

Me llamaba Juanba y yo le bromeaba casi siempre con su apellido: «Qué buen apellido para un pintor. ¡Cómo te envidio!» Pintaba, o al menos dibujaba; alguna vez le había propuesto un cambio: una obra suya por una mía. Ilusión de tener un Velázquez auténtico. Aunque a decir verdad todo en él era auténtico; malos humores de buen chico, cachondeo sano propio de sus años maduros, por no decir pocos, que eran los justos para vivir intensamente y muchos años.

Mis lecturas de las tragedias griegas me conducen a querer entender lo ocurrido: el destino, que es así de fatal cuando quiere serlo, que el hado estaba esperándole en la esquina más agria del Mediterráneo.

Mi regreso a la radio para la temporada que acaba de empezar lleva el títere en la cabeza de su ausencia. Nadie habla todavía con naturalidad de él y su recuerdo. Algo nos pasa a todos; debe ser una herida enorme que aún sangra, un daño de poeta, hernandiana por excelencia. Esta misma tarde nos reuniremos todos para rezar por él, aunque no lo necesite, aunque muchos de nosotros nos preguntemos si realmente sirve para algo. El desconsuelo general de lo suyos, de sus compañeros, de sus seguidores, de sus amigos no tiene, de momento, cura posible; ha sido demasiado brutal el derribo de su figura oronda y alegre, divertida y humilde.