Los montes, los llanos, las lagunas, las riberas, todo el planeta está lleno de seres animales que viven de otros seres más simples que ellos mismos; que le sirven de alimento. La lucha por la supervivencia no es un capricho del La 2 (antigua VHF) de TVE, es una certeza mayúscula.

Incluso la depredación se da entre seres de la misma especie; en esto el ser humano es especialmente cuidadoso y se traga a su congénere en el tiempo récord de un bocado.

Todos los animales, bichos y otras especies se temen las unas a las otras; no hay enemigo pequeño; un simple mosquito puede envenenar a la fiera más rugiente. La naturaleza está ordenada de esta manera para su mantenimiento y todos sus individuos toman precauciones respecto a los peligros que les acechan. Unos más y otros menos ponen sus alertas al máximo para cuidarse del enemigo; camaleónicamente cambiamos el color si hace falta para evitar el mal trago de nuestra propia aniquilación.

Pero hechas estas afirmaciones de carácter general observemos algunos casos de orden particular que ponen en evidencia al gran depredador. Este título, y con todo merecimiento, ha recaído en el hombre (añádase lo de la mujer por un sentimiento de igualdad humana); el hombre es el canalla por excelencia en el régimen de supervivencia de los seres vivos.

Y algunas especies ya empiezan a saberlo. Recientemente he comprobado el caso de jabalí; o el mismo de los pájaros. Lo que espanta a las aves en vuelo que buscan alimentos no es ni más ni menos que el espantapájaros; es decir, la figura del muñeco hecha hombre o mujer. Para los grandes cerdos silvestres que acuden con sus manadas a las huertas el depredador ha inventado un sencillo truco para espantarlos basado en el gran olfato de estos mamíferos; el ser humano, más inteligente, ha ideado unas bolsas de malla por donde corre el aire, es decir, el aroma humano, y dentro ha puesto cabello de hombre o de mujer, deshecho de peluquería masculina o femenina. Tal cosa sirve inexorablemente para espantar al jabalí y a los suyos. Tal es el temor al hombre y sus sagas.

Lleva razón el jabalí de suponer al hombre el peor de los enemigos posibles; por su sin razón, por la sofisticación de su defensa y de su ataque. El hombre es un ser peligroso para el resto de las especies, un sanguinario que mata por placer y al que un simple mechón de pelo le sirve para ahuyentar a los seres nobles que pueblan la naturaleza. Y todos los animales lo saben.

Deberíamos empezar a conocernos a nosotros mismos.