La festividad de la Candelaria, como la de tantas otras fiestas locales de la Región de Murcia, se ha caracterizado por su doble faceta, popular y religiosa, íntimamente ligadas entre sí. Suelen celebrase la Santa Misa de las Candelas y la posterior procesión, en la que participan los habitantes del lugar.

La imagen de la Virgen de la Candelaria durante la procesión lleva a sus pies una pareja de tórtolas que al final son subastadas, adjudicándose al mejor postor, que suele ser el aspirante a novio de una moza del pueblo. Además de las tórtolas, se rifa una gran tortada, típica en estas fiestas, formada por un gran bizcocho borracho que se cubre con bastante merengue. Una banda de música, cerrando la procesión, acompaña a la Virgen de la Candelaria.

En la Murcia del inicio del siglo XX la misa que se decía ese día era conocida como Misa de la Parida, en conmemoración de la acción de gracia de los judíos. Unos días después del parto, el esposo acompañaba a la madre para entregar en el templo un par de tórtolas.

El relato que hace Martínez Tornel en El Liberal de 1904 del bautizo de un niño es difícil de superar y pone de manifiesto la profundidad religiosa de su autor y su gran sensibilidad para narrarlo:

"Yo he visto muchas veces en la iglesia esta ceremonia y me ha recordado siempre la fiesta del día. Aquella madre cristiana, dolorida todavía, con su niño en brazos, se comparaba ella misma a la Virgen, tomándola como modelo en su Purificación. ¡Y algo se llevaba al hogar del templo! ¡Vaya si llevaba! La santificación de su maternidad, la augusta corona de las madres bendecidas por la Iglesia; la credencial de que no había sido una hembra cualquiera la que había parido, sino una mujer, de cuyo seno único es de donde salen seres con alma inmortal y eterna".

"Todas estas reminiscencias tiene la Candelaria cristiana; además trae las primeras flores de los almendros, del romero y del tomillo; trae la tortada célebre, que se baila y se rifa en los pueblos, donde con la Candelaria se cierra el periodo de la Pascua de Navidad; y trae en Murcia la verbena de San Blas".

"Un aforismo valenciano aplicado a esa fecha nos adelanta un posible cambio de temperatura o un mantenimiento de ésta:

Si la Candelaria plora

el invierno fora

y si non plora,

ni dins ni fora"...

El día de la Candelaria de 1854 dejó a los habitantes de la ciudad un triste recuerdo, del cual lo único bueno que puede decirse es que no fue un trágico recuerdo. A las doce de la noche se quemó la Catedral. Convertido en verso decía:

Del día dos de febrero,

memoria nos quedará...

En la madrugada de ese día se declaró un pavoroso incendio en la Catedral que tuvo su centro en el primitivo Altar Mayor, ardiendo el Retablo Mayor, la sillería del coro y el órgano.

El proceso de reparación fue lento y muy costoso, produciéndose, como en otros casos, graves pérdidas. Fue generosa aportación de los murcianos para conseguir que los daños causados fueran superados en el menor tiempo posible y la Catedral recuperase la belleza que habría tenido en su día.

El maestro Palao realizó la primera parte de la actual traza que fue terminada en el año 1868. Las tallas de la parte baja fueron obra de Leoncio Baglitto; la restauración de la parte alta fue revisada por el maestro Palao. José Fernández hizo la Tabla de El Salvador copia de Juan de Juanes; el frontal de plata fue obra de Gaspar Lleó; y el Sacrificio de Abrahán lo realizó Senac.

Especial importancia tuvo la reconstrucción de la primitiva sillería, toda de nogal, que había sido incorporada a la Catedral en el siglo XV, y consagrada en 1467. De estilo gótico-afiligranado fue instalada siendo obispo de Cartagena Lópe de Rivas (1463-1478).

Cuando se instaló por primera vez la sillería en la Catedral, ya estaba deteriorada. Después de diversos intentos, había sido restaurada por el maestro carpintero de la Catedral, Francisco López Reyes, por orden del Cabildo en marzo de 1790, según proyecto de Alfonso Regalado. Fue inaugurada el 23 de octubre de 1803. De estilo neoclásico, ardió en febrero de 1854, siendo obispo de Cartagena Barrio Fernández (1847-1861).

La reina Isabel II donó a la Catedral de Murcia una valiosa sillería que perteneció al extinguido monasterio de Bernardo de San Martín de Valdeiglesias que estaba instalada en la Universidad de Madrid, para ser colocada en la iglesia de San Jerónimo el Real. Decidido su traslado a la Catedral de Murcia, José Pérez Benito completó la sillería con el sillón episcopal, del que fue autor el tallista Rafael de León, labrado entre los años 1567 y 1571, de estilo plateresco avanzado, muy rico de talla.

Una pieza importante destruida durante el incendio que comentamos fue el órgano, instrumento especialmente grande y monumental, con cuatro teclados y 63 registros. En su concepción se adelantó a su tiempo por su sistema de transmisión del aire; y como musical, por sus registros y sonoridad. Fue reparado en el año 1910 por Aquilino Amezua.

En la reconstrucción del órgano se puso de manifiesto la voluntad de Barrio Fernández, obispo de la Diócesis de Cartagena (1847-1861), de dotar a la Catedral de Murcia de un órgano que sustituyera a los reconstruidos por Fernando Molero a finales del siglo XVIII. Fue el que se quemó el 2 de febrero de 1854, al que se alude en el verso recogido.

La obra de reconstrucción de este órgano fue realizada por Hilarión Eslava (1807-1878), maestro de capilla de la reina Isabel II, y profesor de composición del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, del que fue director. El 16 de noviembre de 1856 zarpó de Marsella un barco que llegó al puerto de Cartagena el 2 de enero de 1857 con el órgano.

El 20 de noviembre del año 2008 se inauguró el órgano Merklin-Schütze en la Catedral de Murcia, una vez que terminaron los trabajos de restauración integral, promovidos por la Fundación Caja Madrid en colaboración con el obispado de Cartagena. Fueron necesarios tres años de trabajo para devolver a este instrumento único todo su esplendor, por lo que puede considerarse uno de los proyectos de conservación del patrimonio histórico español más relevantes. Fue restaurado por Daldosso, que destacó la excepcionalidad de la trompetería frontal dispuesta en batalla en este órgano, algo poco habitual en los de su época, y la dificultad de su trabajo, debido a la magnitud de las piezas, que fueron desmotadas una a una, y a las complicaciones para encontrar la propia sonoridad del instrumento. El órgano volvió a sonar en un concierto donde Michael Bouvard interpretó obras de Bach, Mendelssohn, Franck y Messiaen. Previamente intervino la agrupación coral Schola Antigua, dirigida por Juan Carlos Asensio y con Esteban Elizondo al órgano.

Documentación:

Soledad Belmonte