Hoy es un hombre libre, a pesar de que durante once años se le colgó la etiqueta del mayor asesino en serie de la historia de su país y uno de los más atroces de Europa. De hecho, fue bautizado por los medios de comunicación en esa época, entre 1991 y 2002, como el Hannibal Lecter sueco. Ahora, Sture Ragnar Bergwall, que adoptó el nombre de Thomas Quick para olvidar una dura infancia, vive bajo una identidad secreta, y se desconoce dónde.

Es la historia real que ha inspirado El acusado perfecto (Quick) -la recomendación de esta semana para huir del empacho de rojo y verde que ya tiñe la pantalla por Navidad-, película dirigida por Mikael Håfström (Plan de Escape). Obtuvo siete nominaciones a los premios Guldbagge, los Goya suecos. Un buen noir nórdico para pasar la tarde y conocer una historia extraordinaria, antes de que se emita Un padre en apuros (de Arnold Schwarzenegger y Turbo Man).

Según la confesión de Quick, cometió su primer crimen cuando tenía 14 años. Contaba que había abusado sexualmente de un chico de su misma edad, del que cogió su nombre (Thomas), y que después lo mató.

Quick acabó en la cárcel en 1991 por robar un banco armado con un cuchillo y vestido de Papá Noel, en busca de dinero para costear su adicción a las drogas. Una vez en prisión, pidió su traslado a un hospital psiquiátrico, y se le concedió. Lo único que quería, como reveló en entrevistas posteriores, era "entenderse" a sí mismo, entender su "homosexualidad".

Recuerdos reprimidos

En el centro Säter se convirtió en el paciente de un grupo de psiquiatras liderado por una profesional de reconocido prestigio e interesada en comprender el funcionamiento de la mente criminal, para lo que llevaba a cabo una terapia que se basaba en las primeras teorías de Sigmund Freud. Para ella, Quick se convirtió en la gallina de los huevos de oro de la que sacar recuerdos reprimidos que, en teoría, se encontraban perdidos en algún rincón de su cabeza.

¿Por qué Quick les siguió el juego? La explicación es más sencilla de lo que pueda esperarse: era adicto a las drogas y le daban benzodiazepinas, así que comenzó a mentir y confesar crímenes para que le prestaran atención y seguir consumiendo. Explicó que lo tenía fácil porque siempre se había interesado por las noticias de asesinatos sin resolver cometidos en Suecia, los mismos de los que confesó ser autor. Además, le quedaban solo unos meses para recibir el alta y no quería volver a su pueblo.

Thomas Quick en uno de los juicios. Sveriges Radio

Los médicos estaban excitados con el descubrimiento y confiaban plenamente en la historia e insistían en que recordara detalles, para lo que recurrieron también a convertirlo en un lector de libros como American Psycho y otros por el estilo. Por supuesto, tampoco podían dejar de lado su responsabilidad ciudadana, de manera que se pusieron en contacto con la policía para comunicarle lo que tenían entre manos.

Canibalismo

Estando en el hospital, Sture Ragnar Bergwall se autoinculpó de 39 asesinatos de lo más escabrosos, cometidos con violaciones, descuartizamientos o canibalismo de por medio. Entre ellos se encontraban dos que habían conmocionado a la sociedad: el de Johan Asplund, un niño de 11 años desaparecido en 1980, y el de una niña de nueve años, Therese Johannessen, que había desaparecido en 1988 en Noruega y a la que no se llegó a encontrar nunca. En su relato explicó que le había roto el cráneo con una piedra y que la lanzó a un lago.

Lo que nunca pensó es que la policía se lo tomaría en serio, ni que le fueran a juzgar por ellos. Las autoridades drenaron el pantano y no encontraron el cuerpo, pero sí dieron con un mínimo fragmento de madera y plástico de 0,5 milímetros en una zona cercana. El informe lo identificaba como un trozo de hueso de un menor de 14 años, pese a que nunca se realizó un análisis antes de llevarlo al tribunal, y no se conoció su verdadera naturaleza hasta 2010.

Ya tenían una prueba, la única material que se llegó a encontrar. Tampoco se halló nunca ninguno de los cadáveres, aunque cada vez que Quick indicaba alguna localización lograba movilizar a un gran número de autoridades.

En todos los juicios las acusaciones se basaron en sus relatos y sus supuestos recuerdos reprimidos, excepto en el de Therese Johannessen, al que aportaron el hallazgo del supuesto hueso. Seis juzgados lo declararon culpable de ocho de los 39 asesinatos.

David Dencik y Jonas Karlsson en 'El acusado perfecto'. Filmin

En 2008, a Quick 'se le apareció dios'. El condecorado periodista Hannes Råstam había hecho un documental de cuatro de estos asesinatos y, con gran parte de la sociedad que apoyaba la teoría de la inocencia del preso, el reportero comenzó a cuestionarse si habría gente en prisión pagando por un delito que no había cometido.

El periodista de investigación era un perfeccionista que siempre trabajaba con los detalles, y comenzó a revisar todo el material sobre el caso con la idea de entender por qué había tanta gente empeñada en su culpabilidad: 50.000 páginas de documentos de la investigación, notas de las sesiones de terapia, los interrogatorios policiales... Con todo ello se percató de que lo único que tenían en contra del supuesto asesino eran sus confesiones bajo el efecto de la medicación.

Comenzó a concertar entrevistas con el preso, cada vez más periódicas, hasta que lo tuvo claro: tenía ante él a un experto de la mentira. Pero Råstam llegó a la verdad tras seis meses de encuentros, y Quick se retractó de todo lo confesado y reveló que había sido un invento.

Jonas Karlsson en 'El acusado perfecto'. Filmin

"Los terapeutas que lo trataron y los policías que llevaron la investigación eran como una secta, como un culto. Si alguien aireaba algún tipo de objeción, era expulsado del grupo. Hubo, por ejemplo, agentes que cuestionaron cómo era posible que Quick hubiera empleado 13 formas de asesinar diferentes, algo insólito en un asesino en serie, y fueron apartados de la investigación. Lo tenían decidido y no querían que nada se lo estropease", explicó en una entrevista con la BBC Jenny Küttim, ayudante del documentalista que falleció en 2012 por cáncer de páncreas.

También apuntó que todas las evidencias que cuestionaban su culpabilidad se ocultaron y que a ello se sumó la mezcla de muchos ingredientes que influyeron en las decisiones judiciales: el gran momento que vivía la psicoterapia, que gozaba de prestigio; la presión ejercida por unos medios de comunicación que habían decidido creer a ojos cerrados en la investigación policial y, finalmente, una persona que había confesado la autoría de los asesinatos.

Además de esta película, el caso también ha quedado recogido en el libro de Råstam, Thomas Quick: cómo se hace un asesino en serie, y en la investigación Thomas Quick: caso de construcción de un asesino en serie, realizada por Mikel Haranburu Oiharbide, Nekane Balluerka Lasa y Arantxa Gorostiaga Manterola y presentada en Interpsiquis.

Thomas Quick ya lleva dos décadas sin consumir y vive de una pequeña pensión desde que fue absuelto. Nunca se le compensó económicamente porque se dictaminó que él mismo tenía una gran responsabilidad en lo ocurrido.

Todos los crímenes de los que confesó haber sido el autor prescribieron, por lo que ya no se podría condenar a los verdaderos culpables. El de Quick es el mayor error judicial y mediático de la historia de Suecia.

Hannes Råstam recogiendo un premio. Sveriges Radio

Tráiler de 'El acusado perfecto'