La Opinión de Murcia

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Obituario

Cacho, permanente requiebro

José Luis Cacho

La llamada de esta mañana con la golpeada noticia en tres escuetas palabras: «Ha muerto Cacho», nos hace sentirnos frágiles. Si él se ha ido, cualquiera de nosotros podemos coger ese tren abarrotado de gentes, en cualquier instante y momento; cuestión de suspirar un poco más profundamente y cargarnos el corazón, ya ensangrentado.

Con la noticia, al primer brote, se ha destacado la inteligencia del pintor, cuestión absolutamente cierta y demostrada. El adorno de virtudes del ser humano llamado Cacho, indisoluble con su condición de artista, filósofo, poeta o simplemente, bohemio, la hemos envidiado muchos. Yo el primero que tuve ocasión de vivir con él momentos muy intensos; de esos irrepetibles que te dejan mudo, sin requiebro posible, para siempre, sin capacidad de relato público. No tenía que decir mucho para hacernos de guía por la vida, su relación con el arte, ajustadísimamente amatoria, tan intrínseca como su relación con las mujeres o la amistad, con la seducción, con la noche. Un ser humano de aquellos que cuentan las crónicas que existieron en otros tiempos. Enjuto como un ‘giacometti’, justo -la mayoría de las veces- como un Quijote de nuestros días, un último mosquetero capaz de ganarle al tiempo todas partidas; sin un gesto de adversidad. Ha sido Cacho el vencedor a la gran pereza, de la resistencia; a él le han copiado los mediocres, el manual correspondiente, un plagio a toda una vida y una espiritualidad, a una sabiduría y a un estar y, al mismo tiempo, no estando, la invisibilidad misma. Como su firma imaginaria en un óleo que le es atribuido.

Ha sido José Luis Cacho, venido a Murcia desde su natal Extremadura, uno de los supervivientes de la Viña Bar; aquella taberna auténtica donde se soñaban libertades bebiendo, en la que se conspiraba y se retorcía la conciencia. Si le llamo ‘maestro’ he de llamarle ‘leyenda’. Cacho lo fue todo con total sutileza; el amante perfecto que cuida la obra a base de veladuras con azules y ocres riquísimos; de escultura extravagante para pasmo de teóricos advenedizos.

Era pura sabiduría; en su etapa de influencia política y sindicalista; sin levantar jamás la voz y sin aprovecharse de situaciones favorables. Un ser honesto hasta donde puede llegar a ser un artista de su capacidad; plástica y cutánea. Se ha ido un misterioso cerebro instalado en la coherencia consigo mismo; en la sentencia ultima de sus párpados reclinados, hasta que decidido cerrarse del todo.

Magnífico Cacho con las obras justas, con los amores multiplicados en placeres que se lleva en su viaje en silencio. Adiós, amigo, vas a llegar a ese lugar que nos espera vacío y lleno de gente querida; te recibirán criaturas como Gómez Cano, tu maestro y el mío, a pie de andén; como le despedíamos a él, con Párraga, ¡ay Párraga!, en la estación Murcia del Carmen. Abrazados a la mejor fortuna posible; un buen cuadro pintado momentos antes; como los de Cacho, como los de los inolvidables Antonio o José María.

Hoy es un día feroz, vendrán me temo, otros de la misma o parecida pena.

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