El año pasado, la Policía arrestaba en Krasnodar, en el sur de Rusia, a una pareja sospechosa de haberse comido a por lo menos siete personas. Incluso se sospechaba que sus víctimas podrían elevarse a una treintena. Apenas semanas después, otro hombre, también ruso y de 45 años, torturó a su víctima durante cuatro horas en un hostal de Kurgan. Ató a la mujer con una soga y le mordió los oídos, la nariz, la punta de los dedos y otras partes del cuerpo. En 2015, «Tamara Samsonova, una abuelita de 69 años, se comió a parte de sus vecinos», recuerda Beatriz de Vicente. La mujer relataba en un diario cómo comía las partes que más le gustaban.

La experta sostiene que esta relación de la proliferación de casos de caníbales en la antigua Unión Soviética viene de la Segunda Guerra Mundial. «Son cosas de la hambruna», señala la criminóloga, que tiene claro que el elevado número de crímenes con componente caníbal en la tierra de Putin es algo «digno de un estudio propio».