Vamos a echar un vistazo a nuestro mundo, a la realidad más cercana y a la que nos resulta algo más lejana. La miramos no solo con nuestra mente, sino también con nuestro corazón.

Dejamos que vayan brotando las noticias de los periódicos, los últimos acontecimientos que he escuchado en la radio, las conversaciones yendo al trabajo, en el transporte público, aquello que descubro que hace sufrir a mi familia, que preocupa a mis amigos, los límites que palpo en el trabajo. Reconozco qué me hace sufrir, qué me duele.

Comienzo pensando en los más cercanos y voy ampliando el horizonte. Son muchas las realidades sufrientes: guerras, hambre, injusticias, maltrato, abandono, violencia, abuso de poder, ambición, corrupción política.

A veces, el dolor viene de situaciones inesperadas, como las enfermedades, el paro; otras, son producto de nuestra ceguera y torpe corazón, de nuestros miedos, resentimientos, venganzas, odio, comodidad, envidia, egoísmo, etc. Pero el resultado es el mismo si nos cerramos en nosotros: oscuridad, sinsentido, muerte. Son tantas las heridas, las cruces de nuestro mundo. Contemplamos el dolor, la cruz. Y nos unimos a tantos hermanos que hoy, ahora, lo experimentan. Lo contemplamos y lo descansamos en manos de Dios.

¿Qué sentiría Jesús en la Pasión? ¿Qué le diría al Padre cuando vio que los discípulos no parecían haber entendido mucho de su mensaje?

A ojos humanos, la cruz, su muerte, ¿no sonaba a fracaso? Jesús, el que había dado vida, sanado, escuchado, acogido, mostrado misericordia, ahora solo, golpeado, burlado, condenado, desgarrado. El que mostró el amor a todos los niveles, sentenciado a muerte.

Y es en medio del dolor, sin rechazar la muerte, como Dios asombrosamente nos regala vida y vida en abundancia. La cruz no frena a Dios, nada lo puede hacer. Así, pues, nos abrimos a la cruz, al dolor como parte del camino, pedimos no rechazarlo. Mirarlo de cara y vivirlo con Dios.

Quizá no sea muy conocida, pero citamos ahora a sor Helena Studler, una religiosa que vivió en Francia en momentos de guerra. Sor Helena puede ayudarnos a ver el modo de hacer de Dios. Ella fue una religiosa sobre la que hace unos meses se ha estrenado una película: Red de libertad.

Una mujer con coraje que ofreció lo mejor de su vida por los más desfavorecidos.

En medio de una realidad dura, de muerte, miseria y abuso, como lo fue la Segunda Guerra Mundial, fue capaz de dar vida a muchos.

Plantó cara a soldados alemanes, sacó lo mejor de un grupo de gente para ayudar a los más débiles, organizó una red para liberar personas de un campo de concentración con las que se comunicaban familias separadas por el abuso de poder, su inteligencia desbarató el poder del imperio que se consideraba todopoderoso, dos mil personas fueron liberadas del horror.

Le dolía el dolor de los débiles, eso la movilizaba. Su apoyo era Dios. Una mujer de fuerza arrolladora, precisamente porque el poder le venía de Dios.

Una historia en la que hubo sufrimiento y muerte, pero Dios se abrió paso. En medio incluso de las situaciones de mayor muerte, Dios abre vida, siempre.

La vida al modo de Dios siempre triunfa. ¡Siempre!