e decía anoche un buen amigo, comentando algunas noticias de la crónica negra del periódico, que él no se extrañaba ni conmovía por nada. «La perversión de los seres humanos parece que no tiene límites». A un servidor sí le impresionan muchas cosas. Estos días, por ejemplo, me ha dejado perplejo (y tristísimo) el caso de la muchacha de Almería prostituida por su propia madre. Increíble.

Los niños están siendo las víctimas inocentes más machacadas por la maldad de los adultos. Las estadísticas de niños trabajando en lugares inapropiados e insalubres, los niños soldado, los niños camello para el contrabando, los hijos de hogares deshechos, etc., son una cruel realidad muchas veces denunciada.

Me gustaría reflexionar con los lectores sobre este tema para que nos demos cuenta que el mundo de los niños es un mar de injusticias y maldades frente a las cuales no nos podemos cruzar de brazos. En las trincheras de esta guerra todos tenemos un puesto.

Los niños deberían estar en la escuela o en el parque jugando al escondite o en el salón de casa escuchando cuentos de boca de los abuelos o en la cama viajando en sueños por la Vía Láctea. El Chungo nunca pisó una escuela y nadie le contó un cuento. En realidad, el Chungo nunca fue niño.

El Chungo es un gamín sin edad, aunque él dice que tiene doce años, que ha hecho carrera en las calles donde hay muchos miles de niños viviendo. Rebuscan comida en los cubos de la basura y cuando necesitan sobrealimentación acuden al robo o a la prostitución. Se protegen del frío de la noche y de los matones con escudos de cartón que ni quitan el frío ni protegen contra los disparos de la policía.

Se calcula que uos quince mil gamines son asesinados cada año por policías y grupos paramilitares. Operaciones de limpieza social llaman las jefaturas a estas matanzas de niños.

El Chungo ya no es niño de la calle. Ahora es niño soldado. Los paramilitares, fusil en mano, le dieron a elegir: un tiro a bocajarro o alistarse en su ejército. El niño no sabe qué pinta un chico como él en una guerra porque sus enemigos declarados siempre fueron el hambre y el plomo, un policía que mató a dos amigos suyos.

En todo el mundo hay unos doscientos mil niños soldados, enrolados en las filas de grupos paramilitares, guerrilleros, milicias urbanas, ejército nacional, maras, pandillas, etc.

El Chungo cuenta que de buena gana se volvería a la calle, pero la deserción le puede costar la vida. Como nunca tuvo juguetes, juega con el fusil, que para sorpresa suya dispara balas de verdad.

Recuerda como una pesadilla su bautismo de fuego en el ejército. Sus jefes montaron una operación militar que sirviera de entrenamiento para los cuatro niños soldados recién incorporados al grupo. Se trataba de tomar una comunidad campesina y con la disculpa de que habían dado alimentos a miembros de la guerrilla darles un escarmiento. Entraron en una casa y le ordenaron disparar. Le templaban las manos. Cerró los ojos y sonaron dos disparos mortales. Cuando encañonó a un niño, que lloraba aterrorizado, sintió un escalofrío en el cuerpo y dio el cerrojazo al fusil.

Le pregunté qué quería ser de mayor y me respondió que le gustaría ser médico para curar a sus colegas de la calle, sobre todo a los que tienen sida. Me temo que el Chungo se verá obligado a pasar su vida como mercenario en cualquier ejército porque el único oficio que le han enseñado ha sido el de matar. También puede suceder que un tiro perdido acabe prematuramente con su vida.

Todas las guerras son absurdas. Y los niños soldados deberían estar en la escuela o en el parque jugando al escondite o en el salón de casa escuchando cuentos de boca de los abuelos o en la cama viajando en sueños por la Vía Láctea.