En los años 60, cuando los turistas empezaban a llegar a Murcia en masa, una parada obligada era una excursión al castillo de Monteagudo. El empresario Juan Lechuga, que montó por entonces su primera gasolinera en la carretera de la pedanía, impulsó un teleférico para facilitar la subida a la montaña. El proyecto contó con el apoyo de los jesuitas, propietarios del entorno, y de una empresa que facilitaba la maquinaria. Lechuga explica hoy cómo se truncó su sueño.

En la cabeza del empresario murciano Juan Lechuga, el gasolinero más antiguo de Murcia, sobrevive una ilusión que le acelera el corazón: subir en teleférico hasta el Sagrado Corazón de Monteagudo, un proyecto que él ya promovió hace medio siglo y topó con la indiferencia de las autoridades municipales: "Mientras aquí llegaban autobuses con turistas a porrillo para hacer fotos del castillo, que era y sigue siendo un filón turístico, en Murcia nadie se arrancaba de verdad para recuperar aquello".

La idea del funicular ha vuelto a ponerse sobre la mesa y a sus 72 años Juan Lechuga ha soñado de nuevo. La propuesta realizada por Andrés Cánovas, uno de los arquitectos de confianza del consorcio turístico 'Murcia, Cruce de Caminos', de mejorar los accesos al entorno con escaleras mecánicas y un teleférico ha traído al empresario el recuerdo imborrable de aquellos tiempos en los que bebió los vientos para lanzar una iniciativa turística en la que creía a pies juntillas. La idea, según relató ayer a LA OPINIÓN, surgió en 1963, año en que abrió la primera de sus dos gasolineras de Monteagudo. "Entonces no había apenas casas en el cerro y por una senda se podía subir incluso mejor que ahora. Los turistas nos preguntaban a nosotros que por qué estaba así el castillo y si es que a nadie se le ocurría nada".

Aquel interés creciente por llegar hasta la imagen del Sagrado Corazón motivó a este empresario de El Raal a proyectar un teleférico que permitiera trasladar a los turistas desde la carretera de Monteagudo hasta lo alto de la montaña "para que disfrutaran de una de las panorámicas más bonitas de España, el único lugar de Murcia donde la Huerta aún se percibe como un paisaje singular".

Lo primero que hizo Lechuga para impulsar el proyecto fue comprar 20.000 metros cuadrados de suelo en las faldas del promontorio y contactar con la empresa francesa Satam Benett, que le suministraba los surtidores y otras piezas de las gasolineras. "Era una casa que hizo la mayor parte de la refinería de Escombreras y tenía experiencia con coches, aviones y teleféricos, así que fui a Madrid a entrevistarme con el delegado en España para ver si les interesaba. Luego viajé a París y conseguí que vinieran a Murcia a ver las posibilidades que reunía Monteagudo para montar un teleférico. La idea les encantó y me dijeron que me financiaban la instalación a mi comodidad sabedores de que sería un éxito total".

La segunda ronda de conversaciones fue con los jesuitas, que eran los propietarios del castillo. Primero en Alicante, donde estaba la delegación levantina, y después en Toledo, donde fue recibido por el padre rector. "Antes de que me recibiera nadie me pidieron una tarjeta de presentación. Inmediatamente salió un tal Sánchez, que era el padre rector y resultó que sus ancestros familiares eran de Llano de Brujas. Me dijo que ellos no ponían ninguna pega, que me daban todos los permisos, pero que primero tenía que tener la autorización municipal".

La última parada era el Gobernador Civil de entonces, que se lavó las manos y le remitió al alcalde. "Todos me decían que la idea era buena, que había que estudiarlo y acordarlo en Pleno. Los franceses me insistían cada dos por tres y yo fui cuatro veces a ver al alcalde, pero nadie se interesó de verdad. Llegué a obsesionarme con eso muchos años pensando que saldría, pero no pudo cuajar".

Lechuga enfocó sus negocios a la industria pimentonera, con su marca Montisol, y a las gasolineras -hoy tiene once y más de un centenar de empleados-. "Siempre he pensado en lo que hubiera podido ser Monteagudo si hubieran tenido otras miras entonces los políticos. La gente que subía bajaba maravillada. De hecho, nosotros llegamos a hacer postales de Monteagudo, que se vendían como churros, e incluso pusimos telescopios para que pudieran ver el monumento, pero los quitamos cuando vimos que la gente del pueblo se entretenía vigilando a las parejas de novios que subían".