Obituario

In memoriam del ‘Calderas’ de Lorca

Francisco Manchón Navarro, mayordomo del Paso Azul, será enterrado este miércoles

Francisco Manchón Navarro, ‘El Caldera’, con la pintura que le regalaban en el homenaje que le realizaban poco antes de la pasada Semana Santa en un restaurante de la huerta.

Francisco Manchón Navarro, ‘El Caldera’, con la pintura que le regalaban en el homenaje que le realizaban poco antes de la pasada Semana Santa en un restaurante de la huerta. / L. O.

Andrés Porlán

Pásese usted un día por cualquiera de las instalaciones del Paso Azul y pregunte por don Francisco Manchón Navarro. Difícilmente encontrará a quien lo conozca, “¿es alguien nuevo?, ¿un ‘Superblue’?”, será lo que le responderán. Acuda ahora a las comisiones, a la nave, a la Casa del Paso, Al Museo Azul de la Semana Santa, Mass, a un ensayo o al Nogalte; pero en esta ocasión omita nombres y apellidos vulgares, de esos que cualquiera puede tener, e interrogue sobre el hombre que responde al siguiente apodo en forma de epíteto heroico: el ‘Calderas’, en plural o singular, tanto da.

Todo el mundo lo conocerá, no habrá quien no guarde alguna anécdota protagonizada por Paco el ‘Calderas’, cuya fama excede el ámbito cofrade para abarcar las fiestas de San Clemente, los carnavales, las romerías como las del Pradico, los viajes al Rocío, Reyes Magos, las fiestas de barrios y pedanías y no sé cuántas cosas más en las que Paco se ha sumado de manera generosa aportando su particular forma de vivir.

Alguien poco versado en temas de azules quizá querría saber a qué responde esa fama y cuál ha sido el recorrido por esta hermandad que le ha granjeado tanta notoriedad; si ha estado al frente de la faceta más devocional… Pero es que la trayectoria del ‘Calderás’ ha sido mucho más importante dentro de nuestra cofradía, superando lo meramente ordinario, como le corresponde a una personalidad tan particular.

Como resumen tomaremos las palabras que el propio Calderas le dijo un día al señor obispo al presentarse en la terraza del Nogalte: “Yo soy Nerón”. Y con las mismas se fue. Imagino que después de haber dicho aquello de “si lo sé no vengo”, aunque de esta última parte no queda constancia. Nerón, sí, pero también Julio César o Tiberio, metido en el tipo como pocos, muy pocos figurantes hayan sido capaces de hacerlo; tiene algo de emperador, se le nota en la figura, pero también en aquello de que hasta uno de los caminos más ilustres de la diputación del Campillo lleve su nombre, como solo los grandes personajes de la historia merecen.

Pero más allá del calor de los focos de la Carrera hay otro Paco el ‘Calderas’, aunque no sea él amigo de contarlo: “¡Pa cabra has nacío!”, diría si le sacan el tema. Durante años puso su tractor a disposición del Paso Azul sin pedir nada a cambio, echando viajes y viajes y viajes entre la nave de Los Peñones y el Óvalo, quemando frenos en aquella empinada cuesta para soportar el peso de las carrozas, hasta que terminó por destrozarse la máquina y no precisamente por el trabajo agrario.

Podemos asegurar que fueron más los portes azules que los de huerta completados por aquel tractor al que generaciones de jóvenes azules se subieron; su despedida fue como la de los héroes vikingos: entre el humo. Faltaban días para la llegada de la Feria y ya estaba Paco con el remolque cargando y descargando el chiringuito, desde donde ofrecía cada día sus arroces, que, si bien no eran una delicia gastronómica, al menos mataban el hambre, o lo que no era hambre.

“¡Qué gracioso!”, estará diciendo ahora quien ha estado más de treinta años, dice él, preparando sus arroces cada vez que los azules se lo pedían, para cualquier convivencia, para cualquier jornada de trabajo en las comisiones, para cualquier evento: miles de raciones degustadas. ¿hay acaso algún azul que no lo haya catado? Y algunas veces hasta se podía comer, doy fe. “Y así me lo pagáis”.

Pero, hablando del chiringuito, hay que recordar aquella funesta jornada de las inundaciones, con Lorca anegada y a Paco en su Nissan llevando a cada joven voluntario camarero o cocinero hasta la misma puerta de su casa, uno a uno, para que no tuvieran que enfrentarse a las precipitaciones, para que llegaran sanos y salvos. Él sería el último en regresar a casa, cuando ya todo el mundo estaba a buen recaudo. Por cierto, ahora que hablamos de su coche… bueno, eso merece otro artículo; u otra revista.

Generoso hasta doler, son decenas los azules que han probado sus jamones de pata negra, pintada con spray, es cierto, pero negra al fin y al cabo. Cuentan por ahí que dos Comisiones se pelearon por sus servicios, llegando a firmar hasta un contrato para estipular, negro sobre blanco y con firma, sus colaboraciones, contrato que fue plastificado para que nadie atentara contra tan valioso documento. Ni siquiera él, con el quemador de la matanza en la mano emulando a los cazafantasmas. Y vaya si lo intentó.

Son millares las anécdotas que podríamos contar, cada cual tiene la suya y las que quedan por suceder, que tienen que ser muchas más. Pero queríamos que la última página de este año estuviera dedicada a Nerón, Julio César y Tiberio, a un maromero único, a un cocinero al que Ferrán Adriá no le llega ni a las suelas de las sandalias, a un azul comprometido y generoso, de lengua viva y copla, si no musical, al menos sentida. Pero como no nos cabían todos, hemos optado por Paco el ‘Calderas’. Y si a él no le gusta este artículo, que sería lo comprensible conociéndolo, en lugar de implorarle perdón de manera compungida, solo diremos una cosa: “¿Y a usted qué le importa”.

Este artículo, firmado por el mayordomo azul, Andrés Porlán, fue publicado en la revista ‘Azul’, de la Hermandad de Labradores, Paso Azul, en abril de 2019 para homenajear a Francisco Manchón Navarro, el ‘Caldera’, que fallecía este martes en Lorca. Su capilla ardiente está instalada en el Tanatorio Lázaro Soto donde mañana miércoles a las once se celebrará una misa de corpore insepulto y su posterior entierro.