Pasando la Cadena

Tambores de fiesta y una de trileros

José Luis Ortín.

José Luis Ortín. / José Luis Ortín

José Luis Ortín

Al contrario de lo acostumbrado, decíamos que uno de los salvavidas del fútbol es que se renuevan emociones continuamente. A veces, cada jornada o cada dos semanas, como sucede a los equipos que disputan varios torneos por temporada.

En el Madrid, vapuleados por el Barça en esta liga tan extraña por viejas cuestiones extradeportivas, se agolpan ilusiones coperas y europeas. Por can Barça, conteniendo la respiración por la sanción que pueda venir de Europa y su inevitable desprestigio mundial, celebran anticipadamente no solo la Liga, sino la enorme diferencia que pueden sacarle a su eterno rival. En el Atlético lamentan la tardía reacción de los de Simeone en la temporada más cuestionada del ya legendario técnico, con la segunda plaza liguera como único objetivo. Por Valencia y Sevilla celebran como nunca los puntos que pueden alejarlos de las garras del gavilán. Mientras que Real Sociedad, Betis, Villarreal y hasta Athletic alternan cada siete días sus campanas de luto o gloria por las plazas europeas. Eso, sin abundar en los duelos y redobles que viven los clubes que pueden acompañar al Elche en su descenso a los infiernos.

Ancelotti ha cambiado su discurso y ya habla abiertamente de futuro blanco —alguien lo debe haber asesorado bien—, cuando hace poco se dejaba querer por la federación brasileña para su selección. Sabe que si no gana la Champions está fuera. Xavi, que acumula dos fracasos consecutivos en Europa, tanto en Champions como en el segundo nivel continental con el equipo que heredó y el que ha enjaretado, ensalza la liga in péctore que tiene ganada provocando que el controvertido Laporta le hable de renovación. Y Simeone ha calmado a un Gil Marín que nunca pensó largarlo por mucho que haya estado cerca de no alcanzar la rentabilidad de las cuatro primeras plazas ligueras; le hubiera costado una importante disminución de su millonario contrato —el técnico mejor pagado del mundo—.

Hace años que Florentino Pérez navega mares calmos. Los éxitos deportivos y el comodín del nuevo estadio le permiten distanciarse de la puerta de los leones y deshoja en paz la margarita del técnico que sustituya al técnico más laureado del mundo en torneos de regularidad. En cualquier caso, Ancelotti sería despedido a lo grande. Se lo ha ganado a pulso. El transalpino ha sido un señor, aparte de buen gestor de egos y excelente entrenador de un club obligado a ganarlo todo. Con Miguel Muñoz y Zidane, conformará el pódium de oro merengue. En la historia blanca, solo Di Stéfano fue renovado sin ganar ningún título, y la actual Copa del Rey no salvaría al italiano de la guadaña presidencial.

Y punto aparte para Laporta. Hoy dará una rueda de prensa para explicar su versión del caso Negreira. Lo tiene muy complicado. Como dijimos, salvo declararse incauto, tonto supino o víctima de una estafa monumental, no tiene otra escapatoria para soslayar lo que pueda el negro futuro que al Barça se le avecina administrativa y legalmente. Si cae, como intuyo, en la fácil demagogia de culpar a todos y a nadie en concreto de una campaña contra su club, hará que durante semanas vuelvan a salir las evidencias que lo acorralan. Lo que hará que llueva sobre mojado. La denuncia y su difusión salen de Barcelona sin vínculos con fantasmas ajenos, el dinero salió del Barça, no hay contratos, lo declarado hasta ahora por actores de la trama enrarecen el asunto hasta poner bajo sospecha tanto a los árbitros como a la propia institución blaugrana, él mismo cuadruplicó la mordida, etc. Incluso puede que esté amenazado por quien o quienes tengan evidencias de algo más vergonzoso o infinitamente peor: trincones internos o que sí hubiera habido corrupción arbitral durante los diecisiete años de mala administración. Tontucios, trincones o corruptores. No hay otra explicación que valga, porque lo de hacerse los ofendidos como víctimas de tramas ocultas es tan falsario como irrisorio. Es más, los socios del Barça deberán ejercer esa presunción histórica de considerarse dueños de su destino. Si miran hacia otro lado en este escándalo mundial y se suben al carro conspiranoico, sin pedir responsabilidades a dirigentes, serán solo una masa informe de forofos vocingleros. Todo se resume en una pregunta palmaria: ¿para qué pagaban a un gerifalte arbitral? La respuesta no puede salir de cubiletes, bolitas y victimismo pueblerino.

Así que, tambores de gloria a gogó, aunque el Barça, empitonado o no, ganará su liga más triste.

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