Tribuna libre

Intelectuales y tontos del culo

 Si parecía que aquello de los Mu-tantes era imposible de superar llegaron los Muher 

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/ / La Opinión

Todavía estoy en shock, creo que no me he recuperado después de las últimas exposiciones que han llenado las salas de nuestra ciudad. Si parecía que aquello de los Mu-tantes era imposible de superar llegaron los Muher a completar la faena, en realidad es lógico, la consecuencia inevitable de una nefasta gestión cultural que usa en muchos casos nuestros espacios expositivos para dar cabida a amigos y compromisos varios. Pasamos de un repertorio de objetos cotidianos descontextualizados a un mal gusto estético evidente de colores estridentes usados sin ningún control, en ambos casos un intento de modernidad decorativa vacía tanto en forma como en contenido.

Es lamentable la confusión que sufrimos a veces cuando hablamos de cultura, hecho que se agrava mucho más cuando la confusión la provocan los responsables de los eventos en cuestión, sobre todo si además están financiados con dinero público procedente de los impuestos de la ciudadanía, a la que se ofrece sistemáticamente este tipo de espectáculos y por tanto se le excluye de una cultura real, salvo que entendamos que la cultura es meterse un fiestón con los colegas y ponerse fino de todo. 

"No importa la calidad, no importa el cómo o el por qué, lo único que interesa es que haya un cierto movimiento y por tanto la sensación de que se está haciendo algo"

Tanto la mayoría de actividades expositivas realizadas durante 2023 como los índices de asistencia a las mismas, son la crónica de una muerte anunciada para la cultura en la ciudad de Murcia. La pésima política seguida tanto por la Concejalía como por la Consejería de Cultura es la de hacer cuantos más eventos mejor, no importa la calidad, no importa el cómo o el por qué, lo único que interesa es que haya un cierto movimiento y por tanto la sensación de que se está haciendo algo. Inauguración, foto y hasta el próximo evento.

Hace años, en un país europeo con una dilatada tradición cultural, sucedió un fenómeno que hizo temblar los cimientos de la cultura pública. Un profesional del arte, desesperado por ser excluido y ninguneado sistemáticamente de los proyectos públicos, decidió llevar a cabo un plan para poner de manifiesto la incompetencia de los gestores culturales de su país y mostrar públicamente la falta de criterio y el amiguismo reinante en las diferentes instituciones.

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Nuestro protagonista comenzó por diseñar un proyecto expositivo con obras completamente disparatadas supuestamente realizadas por una serie de inventados jóvenes artistas emergentes de diferentes nacionalidades. Una vez concluido lo presentó a las autoridades competentes en la materia que rápidamente lo aceptaron deslumbrados tanto por lo disparatado de la idea como por la absurda modernidad que suponía el hecho de exponer aquella colección de cachivaches en la más importante de sus salas.

El creador de aquel esperpento comenzó a frotarse las manos disfrutando de sus tantas veces deseada venganza por los innumerables rechazos sufridos durante años por aquellos mismos eruditos e intelectuales responsables de la cultura oficial, unos enchufados ineptos e ignorantes.

Una vez creadas las más absurdas y esperpénticas supuestas obras de arte, el siguiente paso fue la invención de unos falsos artistas artífices de aquellas aberraciones, con sus también falsos currículums y trayectorias profesionales, incluso fotografió a unos cuantos amigos que suplantarían la identidad de los creadores en el voluminoso catálogo que se editaría para la muestra.

Transcurrieron unos meses y todo estaba preparado según lo previsto, el día de la inauguración se congregaron en la sala los más relevantes políticos, críticos, curators, coleccionistas de arte y un nutrido número de curiosos y snobs de toda clase y condición. La mayor parte de aquel selecto grupo de invitados coincidió en lo absolutamente arriesgado, innovador, transgresor y no recuerdo cuantos adjetivos más fueron utilizados para definir los cachivaches expuestos.

Las críticas fueron fantásticas, la prensa resultó unánime, los expertos estaban entusiasmados hasta el punto de escribir auténticas tesis sobre la exposición; sorprendentemente, algunos incluso recordaban haber visto obras de aquellos artistas en otras exposiciones anteriores. Fue un éxito total.

Creo que deberíamos aprender a diferenciar la cultura del folclore, una exposición de un botellón y a un intelectual de un tonto del culo

Unos días después de la inauguración el inventor de aquel fiasco convocó una rueda de prensa para informar a la opinión pública de su hazaña. Todo el mundo se quedó perplejo, no podían creerlo, aquella broma pesada había dejado en ridículo a todos los especialistas que habían estado alabando sin reservas todo aquel montaje, las consecuencias no se hicieron esperar: hubo ceses y dimisiones entre políticos, técnicos y muy especialmente entre los farsantes responsables de una política cultural creada a espaldas de la sociedad con la única intención de alimentar su propia vanidad.

Lamentablemente este modelo de cultura pública se extiende cada vez más, y en Murcia también la sufrimos, mientras que unos pocos privilegiados se reparten sistemáticamente el pastel otros son vetados y nunca podrán trabajar, por obra y gracia de los políticos de turno cuyas prioridades caminan en otra dirección. En los últimos años han proliferado en nuestro país museos que no interesan a nadie, la afluencia de visitantes es ridícula y la frustración que experimenta una gran cantidad de ellos es la peor política para acercar la cultura a la sociedad, en las salas de exposiciones temporales institucionales sucede otro tanto, cada vez es más frecuente y preocupante el creciente desinterés de las generaciones más jóvenes por el mundo del arte, y la cultura en general.

Volviendo a Murcia como escenario de una nefasta actuación cultural, el escritor Javier Castro la calificaba en una entrevista hace unos meses como «la Región con las peores políticas culturales de España», y creo que no andaba muy desencaminado. Durante los últimos años hemos visto erosionarse la práctica totalidad de los espacios expositivos públicos, el nivel de calidad ha ido descendiendo progresivamente de forma injustificable, las pocas salas de exposiciones existentes han alcanzado sus mayores cotas de mediocridad y como consecuencia el número de visitantes ha caído en picado, es el tributo a la incompetencia y en parte al desinterés, en realidad no sabemos muy bien quién es el auténtico responsable, ¿el político?, ¿o tal vez sus técnicos o asesores? Lo único que está claro es que son los ciudadanos y los contribuyentes los que pagan el pato por recibir una serie de productos culturales de ínfima calidad.

Creo que deberíamos aprender a diferenciar la cultura del folclore, una exposición de un botellón y a un intelectual de un tonto del culo, en esta absurda carrera por ser el más moderno o el más listo del corral.