Entrevista

José Ovejero: "Mis libros nacen de una fascinación"

El escritor José Ovejero

El escritor José Ovejero / Isabel Wagemann

Juan Cruz

Juan Cruz

José Ovejero ha dicho que su objeto, como literato, «no es la belleza sino la verdad», y en Vibración da la impresión de que la belleza es la verdad literaria que consigue. Él ha tenido muchos premios (el Alfaguara, por La invención del amor; el Juan Gil-Albert de poesía, por Mujer lenta; el Setenil de Molina de Segura, por su libro de cuentos Mundo extraño). Nació en Madrid, en 1958, y vive fuera del mundanal ruido, aunque regresa al sonido y la furia de la ciudad, por ejemplo, para explicar esta novela, como hará esta tarde (19.00 horas) en el Arqva, en Cartagena.

Una de sus grandes novelas, basada en un hecho real, y narrada con la minuciosidad y la lentitud que hacen más escalofriante su relato, es Nunca pasa nada (Alfaguara, 2009), que incluye escalofríos que florecen también en esta Vibración que ahora aparece.

Así que ‘nunca pasa nada’…

Bueno, no ha pasado mucho desde entonces, desde aquel título de hace quince años…

Lo cierto es que al leer aquel título sentí que todo lo que sucedía en él también me sucedía, y pasa también con este libro. Su necesidad de contar le llega al lector como si nos alcanzara también…

En mi caso, la necesidad de contar nace desde la niñez, cuando empecé a escribir. A pesar de que vengo de familia obrera, sin una gran biblioteca, sin contacto alguno con el mundo, ni cultural ni periodístico. No sé por qué me vino esta pulsión de escribir, pero al final he llegado a una pequeña explicación. Mi madre me contaba historias que me fascinaban, porque no eran de mundos que me fueran ajenos, sino historias de su pueblo que a ella le hubiera gustado escribir. Pero ni la época en la que nació ni la educación que tuvo le permitieron hacerlo del todo. Pero ha seguido escribiendo y yo, que sí tuve los medios, amplié esa vocación. 

En las dedicatorias finales está su madre en primer término. Seguro que esa dedicatoria tiene una raíz aun más profunda que la propia literatura.

Sí, tiene que ver con una admiración, con un reconocimiento que vale para mis padres. Lo que pasa es que mi relación con ella fue más estrecha, y además los dos siempre me han interesado incluso como personajes… Ella descubría en mis libros cosas que le aterraban…

¿Qué le ha dicho de Vibración?

Le ha gustado mucho. Le ha interesado el hecho de que ocurre en un espacio que nunca se menciona, esa especie de Siberia extremeña, que es de donde eran mis antepasados maternos y donde ella se ha ido a vivir ahora. Muchas de las historias que cuento en Vibración son ecos de sucesos que hubo allí.

¿Cómo nace este libro?

Todos mis libros nacen de una fascinación, de algo que descubro que me fascina y que me pone a escribir. Cuando eso no perdura dejo la escritura, mientras que en otros libros descubres que sí, que hay algo que te está llamando y no sabes bien qué es y la única manera de descubrirlo es escribiéndolo. Es curioso en el caso de este libro, que lo escribí igual que como me ocurría a los veinte años, con la sensación de que quizá nadie lo iba a publicar. De hecho, en aquellos tiempos, y hasta muy tarde, no me respondían las editoriales, en una época en que además vivía en el extranjero, sin contacto con el mundo literario o cultural. Escribía por la fascinación de contar. Porque estaba metido en el espacio de la infancia que había abandonado hacía décadas y volví a pasear por esas calles y por esos paisajes y de pronto sentí esa ‘vibración’, un eco del pasado en el presente. Mi editor, Joan Tarrida, me preguntaba: «¿Qué haces?», «escribo», le decía. «No sé si hay libro, pero estoy fascinado con lo que estoy haciendo».

Hay literatura, le diría.

Eso es, no hay libro, pero hay literatura; quizá ‘sólo’ algo que me permitía recuperar el placer de la escritura en sí misma. Y eso es lo bonito de la literatura. Me horroriza, y me preocupa, cuando escucho hablar de libros que están hechos con oficio… Un libro ha de estar escrito con compasión, con fascinación, con entusiasmo por el estilo. Sólo así consigues que el libro deje de ser una historia ajena bien contada y comience a ser una vibración.

Usted sentiría, al escribir, lo mismo que siente luego el lector…

El lector recibe algo y lo hace suyo. Las escenas, las historias van saliendo, son tuyas y luego son del lector, muchas veces no eres consciente de lo que vas escribiendo… El libro te escribe también a ti… Una parte del escritor controla, pero otra parte se va por ahí, buscando.

Hace quince años, presenté en Bruselas Nunca pasa nada, sobre algo que de veras tuvo lugar, un azar que usted convierte en novela. ¿Lo que sucede y es parte de lo que cuenta es luego la materia única de la novela o usted busca una interpretación distinta?

Observo la historia y la cuento luego como me parece. Como me pasa en esta que ahora publico, lo que sucede es que cuando escribes te conviertes en una antena, captas cosas, señales, que antes no habías visto, no son cosas esotéricas, sino hechos que normalmente no percibes, que están ahí fuera y empiezan a dialogar con el libro. Así que, en Vibración estoy escribiendo sobre el agua siglos atrás, de pronto en la realidad baja el agua y te encuentras con una necrópolis que se incrusta en la novela… Siempre salta una chispa que te inspira…

Pasa en sus libros. ¿Qué junta a este con otros de los suyos?

La creación de atmósferas. Para que algo parezca real tienes que sentir que tú estuviste ahí… No debe parecer que te estás inventando a alguien, sino que eso que pasa puede ser parte de tu vida. Lo digo en mis talleres sobre cuentos: lo que necesita un cuento es una atmósfera de la que todo lo demás pueda partir. Y para llegar a una atmósfera necesitas un tono, un estilo que sea adecuado a lo que estás contando. Yo tengo la sensación de que avanzo en mi libro cuando estoy cómodo con el tono. Así que la creación de atmósferas y la implicación emocional, del que escribe, del que lee, son para mi la esencia.

En este en concreto, en Vibración, parece que hay desiertos, pero está lleno de gente, la gente que usted sitúa y la que uno imagina… Lo que ocurre, además, parece que no va a ocurrir, pero a uno lo lleva el miedo a imaginar que está a punto de pasar…

Me han dicho con cierta frecuencia que en mis libros hay violencia. Y si lo lees con atención no hay tanta. Lo que hay es la amenaza de la violencia, en efecto. Pero está dentro de vidas a menudo perfectamente cotidianas, casi diría que insignificantes, situaciones a las que uno no prestaría mucha atención. Esa sensación aparece particularmente en este libro porque estoy hablando de una vibración que, en el fondo, es una metáfora que se va expandiendo en el tiempo y en el espacio y que sigue ahí aunque no la percibimos. Todo asentamiento humano, como el que aquí se vislumbra, es una historia de violencias, así que donde vayas hay ese eco del pasado, y yo me he dedicado a buscar la vibración en esos ecos que ya no oímos pero que persisten ahí.

Hay violencia, que usted domeña, de modo que hasta el final no se percibe verdaderamente…

Nunca me ha interesado convertir la violencia en espectáculo, en algo escabroso o efectista. Escribí el ensayo La ética de la crueldad para intentar explicar qué función tiene la violencia… Creo que la crueldad tiene en el arte una función moral, algo que se expone para estimular el cambio en los individuos o en la sociedad. No me interesa la violencia en sí, como espectáculo…

Hay ahora violencias cotidianas (como las que, en noviembre del pasado año, ocurrieron ante la sede del PSOE, en Ferraz) que por ser habituales pasan como si no fueran a causar peligro…

Ese tipo de violencia ha pasado incluso en los prolegómenos de las guerras mundiales: nadie era consciente de lo que llevaba dentro determinado discurso… Ese discurso violento, de todos modos, genera ecos, vibraciones, y no sabemos al final en qué se convierten. Podría decirse: «No ha pasado nada grave». Pero está pasando, y preocupa.

¿Hasta qué grado le preocupa?

Me preocupa porque nos parece una manifestación local y es parte de un fenómeno más amplio. La reivindicación de la violencia fascista se está dando en muchas sociedades. Es como una posibilidad que se da otra vez como aceptable, eso es lo que se escucha. No es casual que se cite que alguien puede ser colgado por los pies y que en Vox haya gente que defienda la Falange o el franquismo otra vez, parece como que quieren normalizar la dictadura como mal menor… Si fuera un fenómeno meramente local me parecería exótico, pero está atravesando el mundo, y tiene nombres propios: Milei, Trump...

Este libro suyo, Vibración, también podría ser la historia de un país, con sus violencias, con sus dolores. Quizá, en ese sentido, usted está contando también, pues, la historia de una familia…

Pues yo creo que sí, que al final, sin darme cuenta de que lo estaba haciendo, estaba contando la historia de un país, aunque fuera centrado en la Siberia extremeña… En realidad, toda mi literatura está basada en la realidad, aparte de que procura el estilo. Para mí, el estilo es una herramienta para llegar a algún sitio. No es un mero ejercicio formal, si es que eso existe, sino una manera de acercarme a la realidad… Aquí estoy hablando de un lugar muy concreto, en el que ha habido violencias pasadas, en un mundo rural que se evoca, por ejemplo, en el libro famoso de Sergio del Molino, una España vacía que no lo está tanto, porque se siguen percibiendo voces de allí… Esa España es más bien la España despreciada, la España defraudada, y esa España me interesa, la España a la que no se le han cumplido las esperanzas. Y las esperanzas que no se cumplen acaban convirtiéndose en pesadillas.

Si España fuera la novela de una familia, ¿cómo sería esa familia?

Sería una historia de silencios, de heridas que se infectan si no se abren y si no se examinan. A mí me interesaría mucho contar la historia de los silencios que vertebran la nación, esta geografía, este territorio. Me gustaría escribirlo, pero no se lo podría contar hasta que no lo escribiese.