Reportaje

'No me olvides'

Retrato de Ana Frank.

Retrato de Ana Frank. / L. O.

Hace ya muchos años que leí el Diario de Ana Frank y todavía recuerdo esa sensación tan amarga que el desenlace de esta historia real me dejó. Por supuesto, no voy a contar el final, siempre hay algún despistado que no ha leído las andanzas de la joven judía que durante casi dos años y medio vivió, junto con su familia y cuatro personas más, encerrada, y de manera clandestina, en el ático de un almacén en Ámsterdam durante la Segunda Guerra Mundial. Al terminar, no pude dejar de pensar: «¿Cuántos niños y niñas sufrirían su misma suerte? ¿Cuántos quedaron en el camino?». Aunque es horroroso solo el hecho de pensar en ello, peor resulta confirmar que en verdad fueron tantos los pequeños eliminados. La terrible cifra de un millón y medio nos recuerda hasta qué punto llega la crueldad del ser humano aunque parece que el tiempo de algún modo borró sus vidas. La mayoría no dejaron un diario como el de Ana Frank que haga sonar de nuevo su nombre, una buena parte eran demasiado pequeños para hacerlo, otros quedaron destruidos, así que su corta existencia quedó olvidada para siempre como si nunca hubieran existido.

Ella no fue la única que dejó un diario como testimonio de vida, otros tantos desvelaron al mundo los terrores de una guerra que nadie supo entender, el odio y las vejaciones, la angustia de un día a día que de repente se volvió incierto. Un niño no entiende de esas cosas pero sí las siente y también las sufre. 

El primero que salió a la luz fue el de Miriam Wattenberg, escrito en 1939. Tras la rendición de Polonia ante la presión alemana, su familia fue trasladada al gueto de Varsovia, pasando por diferentes cárceles y campos de detención hasta que finalmente les permitieron emigrar a Estados Unidos ya que su madre era norteamericana, y esto fue lo que les salvó la vida. Aquellas vivencias fueron publicadas en 1945, antes incluso de que la guerra terminara.

Aunque todos sufrieron las consecuencias del conflicto, los diarios más duros evidentemente son los de los niños que vivieron en campos de concentración, mientras que los de aquellos que consiguieron escapar o se mantuvieron escondidos son todo un testimonio de vida, los otros se presentan como un camino hacia la muerte.

En sus páginas no sólo hablan de miedo, viajes interminables por tierras desconocidas, de incertidumbre y hambre, o del discurrir de los días sino también del dolor de la pérdida, de no entender por qué les habían separado de su familia o lo que suponía la pérdida de ésta. Niños convertidos en cronistas de la barbarie pero también de la soledad donde el silencio era a veces la única manera de conservar la vida, sobre todo para los que estaban escondidos; Otto Wolf, Clara Kramer, Leo Silberman y Eugenia Hochberg en Polonia o Edith van Hessen y Anita Meyer en Países Bajos, supieron lo que era vivir bajo ese estigma de un susurro apenas perceptible pero… ¿quizás nos habrán escuchado?

Otros consiguieron engañar a los alemanes adoptando una nueva identidad, como Moshe Flinker en Bélgica y Dawid Sierakowiak en Francia, no sólo con papeles falsos sino también con su comportamiento. Muchos de estos niños amparados bajo la protección de la Iglesia aprendieron a rezar y a manifestarse en público como no judíos para así poder proteger su vida. Eso sí, el miedo a ser descubiertos en cualquier momento no era menos doloroso que el hecho de haber tenido que dejar atrás a sus respectivas familias.

Es normal encontrar diarios incompletos o tan sólo algunas páginas sueltas, la guerra lo destrozó todo. A veces se nos olvida una de las grandes aportaciones de la fotografía a la historia, esa capacidad que sólo ella tiene de congelar momentos, de capturar instantes y mantenerlos vivos para siempre, hoy gran parte de aquellas inocentes palabras se perdieron quedando como único testigo de sus cortas vidas algunas de esas imágenes encontradas junto con unos pocos recuerdos.

En el año 2017 el Museo Yad Vashem de Jeresulén recuperó, por medio de donaciones, los diarios de ocho niños judíos escritos durante el Holocausto y para inmortalizar de algún modo sus nombres los presentó de manera permanente en formato online. Bajo el título No me olvides, la muestra cuenta desde las páginas de estos cuadernos el discurrir de sus días, sus experiencias y vivencias, además de las dedicatorias de algunas de las personas que encontraron en su camino, líneas de cariño y amistad que trataban de poner un poco de luz a tanta oscuridad. 

Entre sus dibujos y garabatos, mensajes y fotografías, podemos comprobar cómo a pesar de todo la esperanza siempre permaneció latente en ellos. En la última página del diario de Erika Hoffmann, lleno de dibujos y coloridos cromos, se lee: «Continúa tu camino con una sonrisa», fue el último mensaje que su abuela le dejó antes de morir en 1943. Ese mismo año toda su familia fue detenida en el pueblo holandés de Doorn, donde se habían escondido tras su salida de Viena. Todos fueron deportados y asesinados. Erika tenía once años.

A pesar de vivir el terror se aferraban a la idea de un futuro mejor, «pronto…volverá a brillar el sol» dedicó Sala Redner a Jadzia Beitner al cumplir años mientras se encontraban en el campo de Oberalstadt. Y así fue, las dos amigas sobrevivieron y volvieron a encontrarse más de sesenta años después del final de la Segunda Guerra Mundial. El joven Avraham Koplowicz deseaba con la misma fuerza ese nuevo inicio aunque para él no fue así, desde el campo de exterminio de Auschwitz, del que nunca salió, soñaba: «Cuando crezca y llegue a los 20 años, saldré a conocer el mágico mundo».

Os recomiendo visitar esta exposición online así como la web del Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos, es importante no olvidar sus nombres aunque después de leer algunos de estos relatos cuesta creer que todavía tuvieran algo de esperanza e ilusión por la vida, pero las palabras de Ana Frank, «sigo creyendo en la bondad interior del hombre», son todo un ejemplo de ello. 

¡Nunca os olvidaremos!