Entrevista | Juan Álvarez Historietista

"Los dibujantes, al fin y al cabo, vivimos de idealizar, ¿no?, y de conectar con la gente"

El mazarronero, que acaba de clausurar la decimoquinta edición del Salón del Manga de Murcia, presenta mañana en 7 héroes su nueva novela gráfica, 'Sueños de tinta'

Juan Álvarez, ayer, con su nuevo libro.

Juan Álvarez, ayer, con su nuevo libro. / Juan Carlos Caval

Asier Ganuza

Asier Ganuza

Dice Juan Álvarez (Mazarrón, 1960) que llega un momento en el que, a cierta edad, «te das cuentas de que lo que hay detrás es mucho más de lo que queda por delante», y que normalmente te lleva a volver al pasado. Es algo humano, natural. Y en su caso, ese viaje en el tiempo le ha puesto delante de su yo de 20 años, el que llegaba a Madrid «desde la periferia» en busca de una oportunidad, tan acongojado como ilusionado por intentar ganarse la vida haciendo lo que más le gustaba hacer: dibujar. Y como él, otros tantos. A ellos dedica Sueños de tinta (Nuevo Nueve, 2023), su último trabajo, una novela gráfica que mañana presenta en la librería 7 héroes (19.00 horas), en Murcia. Eso sí, antes nos atiende desde el sofá, donde descansa tras un fin de semana intenso en el Salón del Manga de la capital del Segura, del que es organizador junto a su hermano: «Vengo de desmontar y estoy hecho mistos», comenta con gracia. 

Pero bien, ¿no?

Sí, muy bien. Estamos muy contentos, la verdad. Por toda la gente que se animó a venir, por lo bien que se comportaron, por ver cada vez más –sobre todo el domingo– a niños que venían a disfrutar del Salón con sus padres... Además, el tiempo nos acompañó, no como el año pasado, así que más no podíamos pedir. 

Son ya quince ediciones... ¡Y las que quedan!

Esperemos que sí. La gente, desde luego, parece que responde. Pero va a depender de que la Administración siga involucrándose (como ha hecho hasta ahora), porque este es un evento que, aunque lleve ya un tiempo realizándose, cuesta mucho sacar adelante... Pero bueno, sí, somos optimistas.

Supongo que en aquel Madrid de la Transición uno ni se podría imaginar que a estas alturas de la película estaría capitaneando un proyecto como este, un espacio para el cómic (entre otras cosas) al que asisten religiosamente, cada año, 30.000 o 35.000 personas. ¡Y en Murcia!

[Risas] Bueno, por aquel entonces empezaba a nacer el Salón del Cómic de Barcelona, pero es verdad que el nuestro era un lenguaje al que todavía le faltaba mucho para llegar al gran público y que el tema este de los grandes eventos era algo que en España estaba todavía en pañales. Y, por supuesto, no teníamos ni la menor idea de que una cosa que se llamaba ‘manga’ (o el animé, o su música) y que venía de Japón iba a arrasar de esta manera entre la juventud. Además, nosotros estábamos ocupados con otras cosas; solo queríamos dibujar, que era nuestra pasión, y ganar algo de dinero. Y, si era posible, publicar en alguna de las revistas que estaban naciendo en Barcelona.

Pero usted se fue a Madrid...

Sí. Las editoriales interesadas en el mundo del cómic siempre han estado en Barcelona, pero yo me fui a Madrid porque un colega –uno de los protas del libro– me dijo: «Vente aquí. No hay tebeos, pero hay dibujos animados...». Y eso hice: cogí mi carpeta y me marché a la capital.

Hoy ya no tienes que hacer eso para trabajar en el mundo de la animación o el cómic. De hecho, en Murcia tenemos varios ejemplos de dibujantes que están haciendo o han hecho cosas para Marvel y DC. ¿Han cambiado mucho las cosas para los hitorietistas desde que usted se fue a Madrid?

Sí, claro. Y ese es un buen ejemplo: antes te tenías que presentar físicamente allí (donde fuera) con tu carpeta y tus dibujos debajo del brazo. Por supuesto, tenías que saber a dónde acudir: si venías del rollo underground o más canalla, te ibas a La Cúpula, que editaba El Víbora; si eras más de ciencia-ficción, a Toutain, a ver su te hacían un hueco en Zona 84, y si eras más modernete, te plantabas en Norma. Porque el lenguaje es el mismo, pero la corriente podía ser distinta, y era importante que supieras a dónde te llevaban tus emociones cuando te sentabas delante del folio. 

Y lo sigue siendo, entiendo.

Sí, por supuesto; eso no ha cambiado. Pero ya no tienes que plantarte allí y tocar a la puerta, a ver qué pasa. De hecho, yo cuando entré en El Jueves en el año ‘90 lo hice ya mandando mis cosas por correo.

¿Cómo fue aquello?

Pues mira: mandé tres tiras de MM. El loco del claustro; tiras que publicaba en la revista Campus, de la Universidad de Murcia. Es más, las recorté de sus páginas [Risas]. Y nada, de esto que mandas a ver qué pasa, pero pensando en todo momento en la cantidad de correos como el mío que debían recibir cada semana... Pero a mí el atrevimiento me funcionó bien: a los dos días me llamó Gin [Jordi Ginés Soteras, entonces director de la citada publicación] y todo lo que he publicado con ellos –en colaboración con Jorge [Gómez] o solo– lo he mandado desde casa. Porque a los editores les dan igual las pintas que tengas, lo importante es que le guste tu trabajo.

Juan, ¿qué es lo que le ha llevado a echar la vista atrás para hacer ahora una novela gráfica como esta, como Sueños de tinta?

Supongo que es algo lógico a cierta edad, cuando te das cuentas de que lo que hay detrás es mucho más de lo que queda por delante... [Ríe]. No sé, me apetecía contarme a mí mismo, ver al Juan Álvarez de 1980 desde la perspectiva del de 2023, y descubrir cómo me veo, cómo me pienso... Supongo que habré idealizado cosas, pero, como le dije al que era mi compañero de piso en Madrid, al fin y al cabo, nosotros vivimos de idealizar, ¿no? De idealizar y de conectar con la gente que nos vaya a leer.

Y el resultado es...

Un retrato. Un retrado de aquellos chavales que se iban desde la periferia a Madrid a luchar por su sueño y un retrato de aquel mundo en el que nos desenvolvíamos.

¿Cuánto hay de Juan Álvarez en ese chaval que en Sueños de tinta llega en tren a Madrid con un portafolios y una maleta cargada... de ilusión, sí, pero también de dudas, de incertidumbre...?

Pues casi todo. He ficcionado algunas cosas porque a veces es necesario para que el relato funcione (ya sea porque la realidad no siempre es lo suficientemente dramática o viceversa), pero es mi vida. Más allá de haber utilizado herramientas del tipo flashbacks y elipsis para hacer la narración más fluida, he intentado volver a aquellos días para recordar las cosas que me emocionaron y tratar de plasmarlas en esta historieta.

También supongo que es un pequeño ‘homenaje’, porque usted no es el únioco protagonista...

[Ríe] Sí, supongo que habrá muchos que se sientan reflejados al leer; incluso personas que no estuvieron conmigo pero que compartieron nuestro sueño, porque había muchos más como nosotros que en aquellos años llegaron a Madrid intentando buscarse la vida. Pero lo cierto es que me genera cierta curiosidad ver qué dicen mis amigos cuando lean el tebeo; conocer su opinión sobre cómo les veías o cómo les veo yo hoy, en 2023. 

Igual alguna bronca le cae...

[Ríe] Bueno, si me cae..., lo siento mucho, pero esto ya está impreso y prácticamente en librerías.

¿En quién ha pensado haciendo este trabajo? Porque a mí me da la sensación como de un proyecto casi íntimo (por mucho que ahora vaya a ver la luz). ¿En un pequeño autorregalo?

En tanto en cuanto he estado trabajando en esto por gusto durante tres años (a ratos, porque hago otras cosas que son las que me dan de comer), sí, ha sido un autorregalo, y me he quedado muy satisfecho. Y respondiendo a tu pregunta de en quién he pensado..., pues en personas que existen o han existido y que aparece de algún modo en Sueños de tinta; sobre todo he pensado mucho en las que ya no están, y me emociono solo de recordarlo...

Ellos también son protagonistas de esta historia, igual que Madrid y la tan denostada Transición. ¿Cómo recuerda esos años?

Con cariño. Teníamos 20 años, y esa edad piensas que te comes el mundo. Todo es pasión, ilusión..., y ese era el motor que nos hacía seguir adelante, a pesar de las dificultades. Porque fueron años complicados, ¿eh? Los de la periferia nos enterábamos de todas estas cosas por la tele, pero tú no podías saber lo que era aquello hasta que una mañana ibas en el metro y tenías que desalojar porque había un aviso de bomba de ETA. Y te digo ETA como te digo los Guerrilleros de Cristo Rey. No obstante, debo decir que, seguramente porque éramos jóvenes, no veíamos tanto peligro como lo veríamos ahora; simplemente éramos parte de la dinámica de aquel Madrid y de aquellos años de frenesí (en todos los sentidos). Porque eran días de despertar a nivel social, pero también cultural: ibas al cine, a las galerías, aparecían nuevos artistas, nuevas salas, los conciertos del Rockola, los del campo del Rayo (Topo, Leño, Ñu...).

Un ‘todo a la vez’, una sobredosis de estímulos. 

Eso es. Y éramos chavales, y no sabíamos bien lo que hacíamos. Yo fui a la manifestación del 23F estando haciendo la mili: si me llegan a pillar me montaran un consejo de guerra y a saber... Pero aquello todavía tenía cierto tufo a tardofranquismo y nosotros empezamos a sentir cada vez con más fuerza una conciencia ciudadana que, de alguna manera, nos empujaba a estar allí (con todo lo que eso significaba, porque la policía venía de donde venía...). Pero esto no lo digo por hacerme el héroe (yo no hice nada, yo solo estaba allí), sino porque la gente tiene que darse cuenta de lo que costó tener lo que hoy tenemos. Por eso, cuando ahora sale alguno diciendo que hay represión...

De todas formas, esta es una historia... con final feliz, ¿no? Al menos esos ‘sueños de tinta’ se hicieron realidad...

[Ríe] ¡Sí, sí! Que nadie se asuste, el cómic no es nada dramático; en absoluto. Simplemente es la vida de unos zagales apasionados que en Madrid vivieron sus primeros amores, que comenzaron a aprender a gestionar sus emociones... En fin, yo era una persona muy tímida y a mí aquellos cuatro años me ayudaron a abrir mente y corazón.