Entrevista | Roberto Santiago Cineasta y escritor

"Las empresas farmacéuticas nos quieren enfermos y medicados. Así obtienen más beneficios"

"Debemos rebelarnos. Estamos anestesiados. Los grandes poderes prefieren una sociedad dormida", señala el madrileño

El escritor, novelista y cineasta, Roberto Santiago

El escritor, novelista y cineasta, Roberto Santiago / Jordi Cotrina

Anna Abella

«Es David contra Goliat», recalca Roberto Santiago (Madrid, 1968) sobre la lucha de un pequeño grupo de abogados de Carabanchel en números rojos, liderados por Jeremías Abi, que se enfrenta a una todopoderosa y corrupta multinacional farmacéutica en La rebelión de los buenos (Planeta, 2023). Basándose en una contrastada investigación, para la que recabó informaciones «increíbles» que le contó anónimamente gente de la industria, urdió una novela negra de denuncia social. Es el nuevo registro del polifacético guionista, dramaturgo y director de películas como El penalti más largo del mundo o El club de los suicidas. Recibió el Cervantes Chico 2021 por su carrera en literatura infantil y juvenil, con superventas como la serie Los futbolísimos. Este fin de semana se encuentra en Caravaca como invitado del Festival Internacional de Literatura en Español, FILE. Ayer mantuvo una charla en torno al balompié con el articulista Juan Tallón y esta mañana protagoniza un café literario en los jardines del Museo de la Fiesta (10.15 horas), para conocer mejor esta historia, que se ha llevado el prestigioso Premio Fernando Lara, de la Fundación AXA y Planeta.

En pandemia hemos visto que las farmaceúticas, de quienes depende nuestra salud, pueden ser los amos del mundo.

Son grandísimas multinacionales que facturan miles y miles de millones, más que el sector bancario, más que el armamentístico. La ecuación es simple: si son empresas privadas, el objetivo es obtener beneficios. Y hemos puesto la salud en sus manos: cuanto más enfermos, cuanto más medicados estemos y menos preguntas nos hagamos, más beneficios para ellas. El problema es el sistema que lo permite. Que nosotros lo permitimos.

Empieza el libro con una cita de Edmund Burke: «Para que el mal triunfe solo es necesario que los buenos no hagan nada». ¿Hay que recuperar el ¡Indignaos! de Stéphane Hessel?

Debemos preguntarnos si este es el sistema que queremos. Deberíamos indignarnos, rebelarnos. Pero estamos preocupados en resolver lo urgente: llegar a fin de mes, cuidar a tus padres, de tus hijos… No tenemos tiempo de ver más allá ni de intentar cambiar el sistema. Nos conformamos. Nuestro subconsciente sabe que estas farmacéuticas no tienen comportamientos muy éticos, pero estamos anestesiados. Los grandes poderes prefieren una sociedad dormida.

Según la OCDE, el 80% de Occidente está sobremedicado de ansiolíticos y antidepresivos.

Y mientras, gran parte del planeta sigue inframedicada y sin medicamentos para la malaria u otras enfermedades. Saben dónde está el negocio. Tampoco investigan para hallar medicamentos para enfermedades minoritarias, porque no es rentable. Es perverso que la salud esté en manos privadas.

¿El poder siempre corrompe?

Es el gran tema, es inherente al ser humano. Poder y dinero suelen ir de la mano en los casos de corrupción en las finanzas y la política. Es lógico que la haya en un sector tan inmenso como este. Por eso hay tantos casos en que han aprobado medicamentos a pesar de que sabían que tenían efectos secundarios adversos. Estados Unidos y los opiáceos. Es el país de las demandas, pero en España y Europa han aumentado exponencialmente. Hay miles de querellas contra las farmacéuticas de damnificados, que mayoritariamente se resuelven con acuerdos económicos extrajudiciales antes de llegar a ejecutarse las sentencias. Y si se ejecutan, entonces interponen recursos y recursos para que no prosperen. Es desesperante.

¿Quién hay tras estos negocios? ¿Gente sin escrúpulos?

Personas de carne y hueso que parecen de otro planeta. Es la diferencia de clases. Las grandes fortunas del planeta lo son de cuna, nacen con privilegios. Por eso los abogados de la novela están en Carabanchel, el pequeño barrio donde nací. Es muy difícil ascender, saltar de clase. Esas fortunas dan por hecho que tienen derecho a todo lo que quieren.

¿Qué datos le pusieron la piel de gallina?

A través de la ficción cuento cosas reales: que ponen en circulación medicamentos sabiendo que crean adiccción o que tienen efectos devastadores. El uso de cobayas humanas en África, que denunciaba El jardinero fiel. No entiendo que esa gente pueda dormir tranquila sabiéndose responsable. No tienen justificación.

Y las patentes…

Qué sinvergüenzas… La investigación de la gran mayoría de vacunas y medicamentos está financiada en un 85% por el Estado con nuestros impuestos. Las farmacéuticas llegan en la fase final de desarrollo, ponen el 15% restante y se quedan con la patente. Ningún político debería permitir esto, pero eso no da rédito electoral. Los políticos no son malos o buenos, son un reflejo de la sociedad. Los votamos.

Es un problema de impunidad.

Absolutamente. Si en Estados Unidos una empresa puede pagar 5.000 millones de dólares de indemnización sin despeinarse y seguir funcionando... Les compensa.

La dueña de la farmacéutica contrata al despacho de Jeremías por una cifra millonaria. ¿Todo el mundo tiene un precio?

Es una de las claves de la novela. No pongo la mano en el fuego por nadie, ya no solo por dinero. ¿Y si te ofrecen arreglar un problema que tienen tus hijos o familiares cercanos? Uno puede plantearse traicionar sus ideales y a sí mismo por algo que no sea dinero.

¿Ha recibido presiones para dejar de investigar?

No, y espero no recibirlas. He escrito la novela para que nos hagamos preguntas, pero es ficción. Cuando escribí Ana, sobre la industria del juego, no recibí amenazas, solo zancadillas cuando hacíamos la serie de televisión...

Hay una subtrama sobre el maltrato machista.

Lo he vivido de cerca. Hemos avanzado, pero hay muchos atisbos de retroceso. ¿Cómo puede ser que leyes que suponen tantos avances ahora se piense en derogarlas? Parecía que en esto había un pacto de izquierdas y derechas y, de repente, unos se descuelgan. En todo gran avance siempre hay una parte retrógrada de la sociedad que quiere volver atrás, pero me parece sangrante. Quiero creer que no habrá una involución, que esos retrógrados no contagiarán al resto.

Escribe con éxito para niños. ¿Entiende estos bajos índices de comprensión lectora?

Es alarmante. Algo en el sistema educativo no funciona bien. Es paradójico y desesperante, algo falla. Obligar a leer es un error. Hay que invitar, animar y dar ejemplo. Los padres me preguntan qué hacer y les digo que primero lean ellos, que les vean con un libro en las manos cada día. La responsabilidad de los padres es enorme.