Conciertos

B-Side Festival: Todo es culpa de la gente

El B-Side se parece más a una gran verbena donde el ambiente y las ganas de fiesta se imponen

El cantante de Lori Meyers, Antonio López (Noni)

El cantante de Lori Meyers, Antonio López (Noni) / Iván J. Urquízar

El B-Side Festival volvía como una de las citas obligadas en el calendario del panorama indie actual con su 18ª edición, esta vez pasada por agua, que obligó a cancelar la primera jornada y amenazó la segunda. El festival, especialmente orientado a un público más mainstream, con un cartel elemental -aunque, generalmente, siempre hay un hueco para el rock en todas sus ediciones-, mostró su querencia por el indie comercial en un cartel heterogéneo y atento a nuevas propuestas (Perdón, Firmado Carlota, Marcelo Criminal...) reales y coyunturales. La heterogénea programación presentaba doble cabeza de cartel (Lori Meyers y Arde Bogotá), y convocó una multitudinaria asistencia...

Si hay un grupo festivalero por excelencia, esos son Lori Meyers, muy queridos por estas tierras, que se midieron frente a unos serios aspirantes: Arde Bogotá, el gran fenómeno de la temporada. Por mucho que cada vez tengan más presencia ciertos nombres, en lo alto de los carteles siguen apareciendo los granadinos; la vieja guardia del indie patrio sigue vigente: tienen un público fiel, mantienen su capacidad de convocatoria, son garantía de fiesta y celebración. Tienen un repertorio de canciones irrefutables capaces de levantar cualquier festival.

El ahora trío (Noni, Alejandro, Alfredo) se presenta reforzado en directo como sexteto; arrasaron por entrega y repertorio desde el arranque con « Seres de luz». Sonaron «Luces de león», con sus «parapapás»; su reciente «Punk», crítica al postureo musical, o «Luciérnagas y mariposas», con las guitarras rugosas del rock indie de los 90. Y es que ya lo cantaban sus colegas Sidonie: «Que salgan Lori Meyers, que tengo ganas de bailar».

¡Y vaya si hicieron bailar!, sobre todo en la recta final, con «Mi realidad», «Siempre brilla el sol», «Hacerte volar» o «Emborracharme, auténtico himno que el personal corea como hooligans; alternando «Tokio ya no nos quiere» –de su debut, «Viaje de estudios»– con la reciente «No me merecía la pena», propuesta de disco urban grabada junto a Kora, Sin respiro, apoyados en un sonido potente y un espectáculo de luces de lo más efectista. Nada puede detener a estas alturas la admirable honestidad de Lori Meyers, que provocan la catarsis. Son un grupo consolidado a base de discos notables y directos rotundos y ejemplares. Y todo esto, como canta Noni en «Alta Fidelidad», es culpa de la gente. Una celebración colectiva.

Todo es culpa de la gente

Lori Meyers y Arde Bogotá caldearon el ambiente del festival / Iván J. Urquízar

Cartagena no se rinde

Lori Meyers dejaron caliente el recinto, lo que también podría ser un reto para Arde Bogotá, a quienes antes de salir se les oyó un estruendoso «Cartagena no se rinde». Se han ganado en poco tiempo la autonomía creativa total, y acumulan muchas horas de vuelo haciendo de cada concierto una absoluta fiesta. «Soltad a los perros, porque me he escapado» fue el arranque. Intercalaron canciones de su reciente «Cowboys de la A3» y de discos anteriores. Son la banda de rock del momento. En su oda al desconsuelo contemporáneo juntan los sentimientos negativos y los transforman en una colección de canciones viscerales.

La bajona como signo de los tiempos (esta vez se presentaron con intérprete de lenguaje de signos para que nadie se perdiera nada). Su cantante es un verdadero frontman al que arrojan peluches. Posee el carisma de las estrellas del rock, una voz seductora y fuerte presencia escénica. Del huracán de indie rock acelerado al rock sensual de amplio espectro, el show no pudo ser más vertiginoso, con una retahíla de hits por la que matarían muchos grupos. Puro romanticismo posmoderno.

Los Bogotá se miran en el espejo de bandas de rock como Artic Monkeys, sin miedo al tiempo o a la oscuridad, tremendamente conjuntados y bravos, liderados por ese doctor Jeckyll que es Antonio García, siempre incisivo en su discurso. Siembran con sobrado aplomo una capa de ponzoña incandescente. Su puesta en escena es formidable: un diseño de espectáculo en dos planos, con el batería transformado en dinamo aporreando en plan King Kong (menuda sección rítmica; el bajista suena potente como un acorazado). Llegan a sonar hasta tres guitarras (han incorporado a Pedro Quesada, que prestó servicios en Atientas) para un rock terso directo al mentón de crepitantes giros rítmicos, y siempre al galope soltando guitarrazos.

El público respondió desde la primera nota a un repertorio rotundo, rabioso, urgente, oportuno; se escucharon las guitarras afiladas de «Abajo» y el ritmo funk de «Cariño», con la que terminaron: una lúbrica «canción de mierda» para bailar donde el bajo es omnipresente e hipnótico, la guitarra es capaz de cortar sutilmente el hielo o de envolvernos en llamas, y la batería redondea esa bola de fuego que deja el recinto calcinado. Antes había empezado a lloviznar, lo que hizo temer por el desenlace del concierto. Hubo más momentos explosivos, como «Millenial» -el sabor agridulce de la esperanza, la frustración y la incertidumbre-, «Qué vida tan dura», otro de los highlights recientes, y «Virtud y castigo», con esos coros finales que la gente prolongó . Pudimos vivir momentos de emociones contenidas en «Copilotos», que canta Antonio acompañado de una acústica, pero con «La Salvación» el recinto se vino abajo (¡hasta se produjo una petición de mano!). Para la recta final dejaron la «crème», con «Exoplaneta» y «Antiaéreo». Inolvidable noche de magia, regeneración y rock. Se siente muy real lo suyo.

Todo es culpa de la gente

'Soltad a los perros' fue el tema inaugural de Arde Bogotá / Iván J. Urquízar

Antes habían actuado Hinds, las teloneras que escogió Chris Martin (Coldplay) para abrir los conciertos de la gira «Music of the Spheres», el primer grupo español en actuar en festivales señeros como Glastonbury o Coachella. Sí, las Hinds han creado una base de fans que aman sus canciones bulliciosas. Ade y Amber, que fueron bajista y batería del grupo, se desligaron para seguir sus caminos musicales en solitario. Tras casi diez años juntas, Carlota Cosials, más conocida como CC, y Ana García Perrote -que celebró su cumpleaños- presentaron a las sustitutas, y de los tambores se ocupa ahora la murciana María (Jump to the moon, Trashi, Natalia Lacunza).

«Las chicas sólo quieren divertirse», y las Hinds más que nadie. Esta banda española de garage grita ooh y aah sobre un ritmo de rock constante empapado de retroalimentación. En su «consciuous party» cantan sobre chicos, amor, buenos tiempos y cosas así, con actitud, entusiasmo y sano sentido del humor. Sorprende su capacidad innata para generar melodías de una frescura y una inmediatez inéditas en el circuito internacional del pop de guitarras; con destreza y sin complejos. Tan tiernas como aguerridas, hacen suya «Spanish Bombs» de los Clash. Adorables. La banda sonora perfecta en estos dias de Rubiales y demás.

Un show impecable

Más que un aperitivo sumamente apetecible, diría que Carlos Vudú y El Clan Jukebox fue el grupo con sonido más impecable de todo el festival. A Carlos Vudú se le reconocen los méritos; sus conciertos, sobrios y graves, tienen la garantía de presentación, habida cuenta de su meticulosa y autoexigente profesionalidad. Su personal voz, sus melodías y sus letras siguen marcando la pauta, y respondió cantando mejor que nunca, con un renovado directo, tras la producción en escena de Raúl de Lara.

El concierto fluyó inspirado y potente. El Clan defendió un elegante catálogo de melodías, arrancando con «Perros románticos» e interconectando canciones antiguas. Vudú exhibió su maestría en la dosificación de los tiempos, dejando espacio a los alardes del guitarrista, y a los glisandos fulminantes del piano (los teclados aportan una atractiva temperatura de color). Como declaración de intenciones bastó una desafiante «Mira donde estoy».

La logística del festival estuvo a la altura del talento reunido

La logística del festival estuvo a la altura del talento reunido / Iván J. Urquízar

Con «Aguas turbias» mostraron su compromiso, lanzando un estruendoso ‘fuck-off’ a los políticos que han permitido el desastre del Mar Menor . Su rock de raíz americana exhibe una gama de sonidos con gran frescura, acompañados de la ya reconocible poesía de sus textos. Tom Petty, Ryan Adams, Wilco... están siempre presentes en las cuidadas melodías. Hacia el final sorprendieron con «¿Por qué te vas?», ‘un pequeño homenaje al Johnny Cash de la música española’. Se despidieron con «Instante perfecto», alegato a favor de que las mujeres sean y hagan lo que quieran. Mucho oficio y mucho estilo. Un show impecable.

Para el fin de fiesta quedó La plazuela (El Indio y el Nitro) y su banda de chalecos. Estos granaínos montaron un ‘after party’ entre el funk y el parkineo. Con toda la jarana que quedaba en el cuerpo, la gente, coreaba a viva voz los ‘olé’ más sentidos de su álbum «Roneo Funk Club», que recrearon. Para el público curioso puede sorprender el gran alcance que han tenido temas como «Tu palabra», con el ritmo más Chichos de todo el set. El mezclaíllo jacarandoso incluyó también su «Soulseek» flamenco-urban. alegre, un cruce entre el indie-caño roto y Los Centellas, podría sugerir, que les ha hecho muy requeridos en el circuito indie. El B-side se parece más a una gran verbena donde el ambiente y las ganas de fiesta se imponen. Todo es culpa de la gente.