Murcian@s de dinamita

Manolo Belzunce, un creador con el tesón de un artesano

Manolo Belzunce.  | L..O.

Manolo Belzunce. | L..O. / Por PASCUAL VERA

Pascual Vera

Pascual Vera

Cuando conocí a Manolo Belzunce, hace unos cuantos años, me confesó que siempre se recordaba con un pincel en las manos. Han transcurrido 60 años desde sus inicios. Su ingente producción, la enorme obra que ha dejado su espíritu creador, la pasión por la pintura y ese tesón artesano que le ha hecho entender la creación artística como un sacerdocio, le han llevado a realizar una producción enorme presidida siempre, a pesar de la cantidad, por una enorme calidad.

Este cronista conoció la existencia de Belzunce desde finales de los años setenta, cuando ya sus obras le maravillaban y desazonaban en las inolvidables salas Chyss y Zero.

Belzunce se había formado en los setenta en Francia, Holanda y Bélgica. Como otros artistas de su generación, tuvo que marchar para volver con más fuerzas y nuevas ideas. Antes de su periplo europeo trabajó en Las Palmas como publicista, y después en Barcelona, siempre con los ojos y los sentidos bien abiertos, y con la carpeta y los pinceles debajo del brazo. Fueron años fecundos en los que las exposiciones y talleres se sucederían, con tan buena dicha que cuando se produjo su regreso a Murcia, a mediados de los noventa, los murcianos pudimos disfrutar de dos buenas costumbres adquiridas en ese larguísimo ínterin: la de pintar con esa pasión desenfrenada que siempre le ha caracterizado y la de exponer de manera sistemática.

Belzunce siempre ha llevado consigo la pasión por ser artista y expresarse en el lienzo. Esas ansias las llevó a otros países y continentes. Primero Australia y Asia, y posteriormente, África, donde su arte se transforma en una pasión febril espoleado artísticamente por la vida que detecta en aquel continente: Mauritania, Mozambique, Mali, Sahara, Sudáfrica…, sus gentes y sus paisajes inspiran a Belzunce hasta dejarlo preso de aquellos recuerdos, con una explosión de espíritu creador que se transforma en obras… Belzunce se empapa de la tierra, se embebe de aquellos colores, de las texturas y de sus gentes.

En toda la obra de Belzunce se detecta siempre una búsqueda. Su obra, lejos de quedarse en un estilo siempre reconocible, conlleva una evolución constante. Cada una de sus exposiciones rompe con lo anterior.

No es Manolo una persona que se arredre ante el lienzo en blanco. Antes, al contrario, se convierte en un acicate que lo lleva, indefectiblemente, a su mayor felicidad: pintar todos los días. «Todo eso de las musas es una tontería, hay que estar al pie del cañón, el cuadro necesita que lo vayas tocando y viendo. Es algo tuyo que está naciendo. Si lo dejas, se muere».

Belzunce cree –siempre ha creído– que un artista deber estar comprometido con el mundo que le rodea. La obra del creador es su manera de comprometerse con el mundo. De ahí que su obra haya llevado implícita a menudo cierta crítica social que va pasando como de matute, pero siempre de manera contumaz y constante.

A este cronista le gusta pensar que, cuando los murcianos supieron de la concesión de la Medalla de Oro de la Región, otorgada este último día de la ídem, consideraron que se lo estaban dedicando a un artista que ha sido muchas cosas en Murcia, pero sobre todo, ha sido un alma libérrima que ha sabido volar –y hacernos volar– por los mares de la creación más libre, produciendo en nuestros espíritus esas intensas sensaciones que solo el arte que sale de las entrañas de los auténticos artistas puede conseguir.