El retrato de... Curro Piñana
Una primera afición al mundo taurino fue la que me llevó, indefectiblemente, al mundo del flamenco. Y es que, cuando te metes de lleno en ambos terrenos, terminas dándote cuenta de que son lo mismo, de que tienen un mismo origen, una misma alma. ¿Cómo, si no, pueden estar ambos sometidos al mundo de los tercios y del compás? «La música callada», decía José Bergamín para referirse al toreo. Y es que son como dos formas distintas para decir lo mismo, como dos caminos diferentes para llegar al mismo lugar. Pues así, desde aquel lugar en donde uno sintió que estaba al reconocer la hondura del toreo de Rafael de Paula, era donde se encontró un poco más tarde al oír cantar a las hermanas Fernanda y Bernarda de Utrera, a Agujetas, a Terremoto, al Mono de Jerez… Es verdad que primero te llega lo gitano con su gracia y su compás, aunque, más tarde y cuando ya aquellos melismas orientalizantes comienzan a gastarse en su propia fórmula, es cuando te dedicas a buscar entre otros cantes la limpieza, la pureza, la altura transparente… y, claro, llegas a Pepe de la Matrona, Enrique Morente, José Menese…
A Curro Piñana lo conocí en el ambiente de los festivales flamencos de la Unión a principios de los años noventa. Representaba por entonces una nueva generación de cantaores locales –es hijo del guitarrista Antonio Piñana– y se distinguía, sobre todo, por los cantes de levante: minera, cartagenera y taranta. Bueno, a uno, que venía de descubrir la gracia y el desgarro gitano –y, por supuesto, desde un absoluto desconocimiento de las reglas del cante–, la voz aún juvenil y poco ‘hecha’ de Curro no le llegaban, como no conectaba con esos cantes tan tristes, tan oscuros, tan quejumbrosos. El tiempo pasó, Curro ganó en experiencia, en poderío, en sentimiento, en desgarro…, en verdad. Pero, al mismo tiempo, uno también aprendía que lo importante en el arte no está en el estilo, o el género que se interprete; ni siquiera en las facultades últimas del artista; que lo importante para un creador está en esa verdad con la que se nos convoca, sea con el capote o con la muleta, se cante por tarantas o se entone una saeta.
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