Entre Letras

Miguel Hernández en Tegucigalpa

Francisco Javier Díez de Revenga

La Universidad Nacional Autónoma de Honduras, en su colección Anábasis, y con la ayuda de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo y de la Fundación oriolana del universal poeta, ha publicado en Tegucigalpa una excelente Antología poética de Miguel Hernández, que ha preparado y prologado Aitor L. Larrabide. Es interesante advertir que esta iniciativa pone de relieve, una vez más, la universalidad de Miguel Hernández y es de suponer que su difusión a través de esta antología en territorio tan deprimido como la República de Honduras va a contribuir a difundir aún más al poeta.

Aitor Larrabide se refiere en su estudio a los homenajes que Miguel Hernández recibió en Hispanoamérica en los años cuarenta y cincuenta junto a sus dos hermanos de tragedia, Antonio Machado y Federico García Lorca, símbolos de una España que, pese a su derrota en la guerra, resurgía de la mano de los escritores y los editores del exilio. Al poeta oriolano se le rindieron homenajes en Cuba, Argentina, México y Chile, y tales encuentros supusieron el germen de la extraordinaria difusión de su figura en el ámbito hispanohablante de aquellos años en toda América hasta llegar a la voz de una cantante neoyorquina como Joan Báez, que entonaba sus tres heridas como nadie lo ha hecho jamás: maravillosamente.

Y ya que aludimos a homenajes tempranos, vuelvo a recordar algo que ahora, recientemente, hemos hecho público: en el legado de Carmen Conde y Antonio Oliver del Patronato, en Cartagena, hay manuscritos pertenecientes a otros escritores, algunos sumamente curiosos. Del año 1942, hay dos poemas en torno a Miguel Hernández, que, como sabemos, murió el día 28 de marzo de aquel año en el Reformatorio de Adultos de Alicante. Uno de ellos está firmado con sus iniciales por el poeta murciano Francisco Cano Pato (1918-1977), tal como se indica con letra de Carmen. Se titula Ofrenda de la Academia de la Murta a Miguel Hernández. Esta academia estaba formada por un grupo de intelectuales que se reunían en Murcia en los primeros años cuarenta, entre los que estaba Antonio Oliver Belmás. Debieron de rendir un homenaje íntimo a Miguel Hernández, que, por razones obvias, no trascendió, junto a los escritores oriolanos, en las orillas del río Segura, en Orihuela. El poema es totalmente desconocido, ya que no figura en las Poesías completas de Cano Pato. Pero su interés documental es indudable.

Como lo es el de otro poema, un soneto de Dictinio de Castillo-Elejabeytia, como se indica con letra de Antonio Oliver en el manuscrito. Castillo-Elejabeytia (1906-1987), nacido en Ferrol, fue Marino de Guerra, Licenciado en Derecho y, depurado tras la Guerra de España, perdió su empleo militar, se licenció en Filosofía y Letras y dio clases de Filología Gallego-Portuguesa en los años de la Posguerra en la Universidad de Murcia. Aquí vivió hasta que marchó, en 1953, a Alemania, como profesor de español en la Universidad de Würzburg. Una magna exposición le recuerda ahora en el Archivo General de la Región.

En los años cuarenta frecuentaba las tertulias de intelectuales y formaba parte de los grupos poéticos, como el de ‘Azarbe’, más avanzados de aquella España recluida. Debió de acudir, con los de la Academia de la Murta, al homenaje a Miguel que llevaron a cabo en Orihuela, al que también asistió Antonio Oliver. El manuscrito, de puño y letra de Oliver, está fechado el 25-4-42, y al pie se indica: «Leído al día siguiente en Oleza por su autor (D del C) frente al ciprés del río». Su título es A M. H. En efecto, hubo un homenaje junto al río Segura, en el que participaron también escritores oriolanos como Carlos Fenoll, Gabriel Sijé y Antonio García-Molina. La anotación de Oliver y la fecha nos permite datar el homenaje en Orihuela el día 26 de abril de 1942.

Desde Tegucigalpa recuperamos ahora a Miguel Hernández en América Latina, justamente donde se fueron publicando sus obras, sobre todo en Espasa Calpe Argentina y en Losada en los años cuarenta y cincuenta hasta llegar a las primeras Poesías completas de Buenos Aires, Losada, de 1960. Eran ediciones difíciles de conseguir, en las que los estudiantes españoles de aquellos años pudimos ir conociendo, clandestinamente por supuesto, a Miguel Hernández, ya que en España era imposible editar obras suyas. Como muy bien señala Aitor Larrabide en su estudio preliminar, convendría que algún día se recopile y analice toda la documentación en torno a la primera difusión del poeta oriolano en aquellos años, gracias a los exiliados y editores como el español Gonzalo Losada, residente en Buenos Aires desde antes de la Guerra de España.

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