Es el artista más interesante, fantástico, polivalente, divertido y original de los cuatro confines del Mediterráneo. Me lo imaginaba en el laberinto de Creta, pero solo he necesitado adentrarme en una urbanización de Molina de Segura para encontrarme con Pepe Yagües Fernández. No me extraña que la casa haya recibido visitas de estudiantes de Bellas Artes, artistas y grupos de amantes de la cultura: el jardín está a la sombra de un centenario y precioso algarrobo y por doquier hay esculturas suyas y obras de Carmen Baena, la gran artista con la que tiene la suerte de vivir y compartir dos hijos. Hoy hablaremos del taller de Pepe, un estudio de dos pisos, lleno de esculturas, la mayoría talladas en madera, mesas de trabajo, herramientas mil, materiales, colores y tintas y, por supuesto, el tórculo donde hace sus grabados. Al subir las escaleras, me recibe una escultura que, si te acercas, te abraza contra sus pechos perfectos. Me enseña obras de todo tipo, y me siento un privilegiado cuando pone sobre la mesa una alucinante carpeta azul con los grabados maravillosos de su próxima exposición, Ícaro en Lunas, que presentará en la casa museo de Miguel Hernández.

PEPE YAGÜES

El tiempo vuela en su taller donde Pepe Yagües trabaja como un titán, pero se divierte como un niño, creando con una imaginación desbordante y actualizando la mitología, relacionándola con la realidad social, política, cultural o medioambiental de nuestro entorno o del mundo. Nos vamos al jardín y seguimos charlando junto a una cerveza y unas patatas cocidas con ajo que él mismo ha hecho para la ocasión. «Será un tópico, pero de niño yo no paraba de dibujar. La verdad es que donde se ponga un niño que se quite un mayor, como Miró, intentando pintar como un niño. A mí me gustaba pintar caballos, mi padre me contaba mil veces que había tenido un caballo y yo me esmeraba en los detalles más pequeños. Mi primer triunfo fue ganar dos veces un concurso en el cole, con el que se hacía el almanaque anual. Yo ya prometía, porque de aquella época son mis primeras parodias políticas», y añade: «La verdad es que yo estudiaba en la escuela Equipo de Los Garres, que era un colegio independiente y muy peculiar: aún vivía Franco y los profes nos enseñaban la Internacional en la pizarra y no había religión. El colegio no era elitista y acogía a los hijos de padres separados o encarcelados… tal vez eso se me grabó y siempre he mirado a los marginados con cierto cariño».

Y me cuenta que el año que estudió Tercero de BUP hizo, a la vez, dos cursos de la Escuela de Arte y allí le dijeron que lo suyo era Bellas Artes, carrera que estudió en Granada, y me dice: «No me importa que escribas que en Bellas Artes se aprende poco, yo estaba muy desilusionado, los profesores faltaban a clase y yo de quien más aprendía era de mis compañeros. ¿No te parece extraño que un profesor de prácticas nunca se atreva a hacer una demostración práctica de su asignatura? Durante siglos se había aprendido de ver trabajar a los maestros. A mi taller vienen alumnos en prácticas y me dicen que han aprendido más en un día que un año en sus clases. Yo en primero de Bellas Artes iba a las clases de cuarto y quinto, hasta que me pillaron», y me cuenta que marchó a Valencia a especializarse en grabado, mientras que la escultura la ha aprendido de manera autodidacta «y de ver trabajar a los restauradores, poco valorados pero que son unos maestros», me dice.

Y la conversación nos lleva a su trayectoria, su trabajo con galerías europeas, sobre todo alemanas, sus series de grabados sobre escritores: Neruda, Borges, Lorca… Y ahora está en la tarea de trabajar con una mitología en femenino (Me too logía). Si hubiera una serie de Netflix tan fantástica, creativa e imaginativa como la obra de Pepe Yagües, tengo claro que necesitaría una legión de guionistas devanándose los sesos, y no digamos de directores de arte y artistas. El trabajo de Pepe Yagües sería imposible si no tuviera a las nueve musas trabajando para él, incansables y no necesariamente vestidas.