La Opinión de Murcia

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El árbol de la vida

Magris, evocación del pasado

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Es inevitable que el escritor sienta un impulso interior de acabamiento de las cosas cuando la vejez aflora y lo enreda todo. El tiempo se desplaza, entonces, a marchas forzadas hacia adelante, hacia la nada, pero también gira hacia atrás, hacia el pasado, hacia la infancia, hacia el territorio de la nostalgia. Escribiendo Tiempo Curvo en Krems, cinco hermosos relatos de vejez, Claudio Magris ha sentido la ineludible obligación de recrear el pasado, que se presenta, en este caso, como un inevitable trayecto que lleva hacia el final de la vida.

Todas las historias agrupadas en Tiempo curvo en Krems vuelan hacia el pasado, de una forma u otra, como una necesidad, como algo que no se puede evitar. Si en El guardián, por ejemplo, un anciano ya retirado de sus negocios recuerda el pasado feliz en los bosques de Moravia, en Lecciones de música la vida del viejo maestro está marcada por su ascendencia judía y polaca. Y si en El premio, olvidando la mediocridad de su existencia, un escritor rememora su infancia en Moldavia, en Exterior día-Val Rosandra, el rodaje de una película permite a un profesor eslavo divagar sobre su pasado, sobre la gran guerra y los horrores del fascismo.

Esta sensación de que el tiempo se diluye, volcándose hacia el pasado, también se percibe en el relato central que da título al libro, Tiempo Curvo en Krems, donde una conferencia de física escuchada en la infancia, en el castillo de Miramar, sirve de punto de partida para disertar sobre el discurrir del tiempo, sobre la forma en que se solapan causa y efecto, porque, efectivamente, el tiempo se curva, pasado y presente se enlazan, dando la sensación de que «todo retorna, todo es».

La ancianidad asumida por los personajes de estos relatos conduce, en definitiva, a la soledad y al vacío. El panorama es ciertamente desolador

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Todos los relatos, además, aluden a Trieste, la ciudad natal de Magris, epicentro de su reflexión literaria y tierra de acogida, pero también resulta evidente que los personajes de Tiempo Curvo en Krems tienen un pasado centroeuropeo o experimentan algún tipo de relación con Europa central. Esto es así, sin duda alguna, porque es el carácter indeleble que define su existencia.

La ancianidad asumida por los personajes de estos relatos de Magris conduce, en definitiva, a la soledad y al vacío. El panorama es ciertamente desolador. Cualquier sueño de fraternidad, cualquier idea de una vida nueva y un suelo libre parecen diluirse. Sólo queda el afrontamiento de las cosas. Dejar el pasado atrás, finalmente, es adentrase en un camino inevitable, como todos sabemos. Significa afrontar el final. Y si en Tiempo Curvo en Krems sabemos que el protagonista está en una ciudad austríaca, cerca de la desembocadura del Danubio, ¿no es lícito pensar que lo que se perfila en el horizonte es el fin de la existencia porque el río termina su trayecto?

El eterno discurrir del tiempo es más evidente, sin duda, para quien, como Magris, se encuentra «en el irreversible proceso de disolución que constituye la escritura y la vida». Por eso, como si se tratase del último aliento, Magris evoca la feliz infancia de los personajes, persigue con ansia el sueño dorado, justo antes de que acabe todo.

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