La Opinión de Murcia

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El show de Samsa

La literatura del no

Qué ocurre en las novelas de Luis Rodríguez? Realmente no ocurre nada, no hay peripecia o anagnórisis, en el sentido aristotélico. Porque sí que se cuentan anécdotas y sucesos, pero siempre son referidos por terceras personas, como solía ocurrir en los mejores cuentos de Borges, quien solía recurrir al recurso de «Una vez alguien me contó…». Y al igual que Borges la prosa de Rodríguez se construye a base de ideas, silogismos, narraciones pensadas y no a través de pálpitos. Hay una suerte de dispersión que elude la narrativa lineal pero esta ‘dispersión’ no es lírica o a base de corazonadas. Está regida por una pulsión escritural de carácter erudito, racional, y su fuerza emana de la misma escritura que la genera.

Es evidente aquí el carácter lúdico de las novelas de Rodríguez: escribe por puro placer y eso se nota. Porque escribe lo que le da la gana. El argumento se esquiva. El tiempo narrativo se oblitera, los conflictos desaparecen. El desenlace no existe. Las tensiones se obvian y la novela se abre paso hacía sí misma, elaborando una red de escritura pura y libérrima, que parece tomar atajos inesperados, fortuitos e inopinados. Literatura como exploración sobe la propia actividad escritural. Es, en este sentido, un recorrido sin mapa, una (auto)indagación que nos lleva de una anécdota tan banal como plausible a otra de carácter grave o excesivamente culta sin solución de continuidad. ¿No era esto la posmodernidad, la desjerarquización de los elementos, eliminación de fronteras entre alta y baja cultura? Entonces esta es una obra posmoderna.

Hay en Mira que eres, como en otras de sus novelas anteriores, personajes recurrentes que son, en realidad, estatuas de cera. Voces y narradores desdibujados que cuentan las historias, que dan datos, que recurren a anécdotas de lo más variopintas. Pero que difícilmente son ‘reales’.

Percibo al leer a Rodríguez ecos de los vacíos de Beckett, de los juegos joyceanos y de la acumulación de citas de David Markson. Pero sobre todo, percibo al propio Rodríguez, a las otras novelas del autor, como si todas juntas formaran una unidad, un único libro que se lee con estupefacción y gozo. Creo que no se puede esperar más de la literatura. Porque la literatura, demuestra Luis Rodríguez con cada una de sus obras, debe aspirar a ser ella misma y no imitar al cine (bestsellers planetarios), la realidad histórica (María Dueñas) o la psicología barata (Bucay). Por eso se le agradece a nuestro autor que se aleje de convencionalismos, que no trate de competir con los bestsellers ni aspire a escribir una novela con vocación de libreto para Netflix.

Leed a Rodríguez y entrad en una de las mentes más interesantes del panorama actual.

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