Senza fine

Bajo el poder del perro

'Belfast' y 'El poder del perro' lideran las nominaciones en la categoría de cine.

'Belfast' y 'El poder del perro' lideran las nominaciones en la categoría de cine.

Julio Pérez-Muelas Alcázar

Todos los años sucede lo mismo. Los festivales europeos sirven de lanzadera para muchas de las películas que irán marcando el siguiente curso cinematográfico. Los críticos, con un solo visionado, ya hablan de ellas como ‘obras maestras’ de nuestro tiempo y en sus artículos periodísticos se deshacen en elogios dando la impresión de que cada temporada nos encontramos, nada menos, que ante un nuevo inventor del cine. Nosotros, inocentes espectadores, recibimos estas noticias con enormes esperanzas y miramos al futuro con ilusión, contando los meses hasta su estreno en salas comerciales o, cada vez más habitual, en las plataformas del momento.

La última promesa que nos ha llegado es El poder del perro, un drama de corte vaquero asentado en un rancho de Montana en 1925. El bombo comenzó en Venecia. La totalidad de la prensa especializada se rindió a sus encantos y el festival premió a Jane Campion con el León de plata a la mejor dirección. Desde entonces la onda expansiva ha sido imparable con varios Globos de Oro y una presencia importante en el circuito norteamericano. Hasta tal punto ha tomado músculo que se ha convertido en la gran favorita para triunfar en los Oscar del próximo mes de marzo. Pronto sabremos en qué queda todo esto.

En mi caso, una vez descubierto el pastel de El poder del perro, creo estar ante una obra bien filmada, con una colección de planos visualmente muy poderosos que llegan a ser, a veces, incluso poéticos. En este sentido es fundamental la fotografía de Ari Wegner para mantener ese tono sombrío que se transmite continuamente. Del mismo modo pienso que los actores están a un buen nivel y no comprendo el dilema montado alrededor de Benedict Cumberbatch por su papel de hombre del oeste atormentado. Su interpretación es estimable.

Sin embargo, y pese a todos estos ornamentos florales, la película tiene un grave problema con su ritmo narrativo. El cine no es solamente una composición de imágenes hermosas con unos tipos desempolvando un enigma tan recóndito como prohibido en aquellos años 20. Es imprescindible que posea una velocidad de crucero apropiada para seguir la trama con entusiasmo y no dormirse en el intento. Esa especie de letargo en la que se instala desde el principio, y que no abandona hasta que se prende la mecha en el último tercio, la hieren de muerte. La sensación constante es que Jean Campion se pierde en un universo de contemplaciones y que deja de lado la verdadera historia de sus personajes.

Despertando de los efectos del perro en el salón de casa intento ponerme en la posición de los críticos en Venecia. No debe ser fácil escribir a contrarreloj aún bajo los efectos de las estrellas y es entendible que se pueda caer en los excesos literarios. Aquí sería conveniente un ejercicio de moderación. Bastaría con mostrarse menos generoso en el reparto de adjetivos. La alternativa es ver más cine clásico para no olvidar lo que verdaderamente significa una obra maestra.