En su rincón

Concha Martínez Montalvo: el arte que nos cuestiona

Concha Martínez Montalvo en su estudio.

Concha Martínez Montalvo en su estudio. / Javier Lorente

Javier Lorente

Javier Lorente

Me gusta sobremanera la mirada de Concha Martínez Montalvo, profesora de la Escuela de Arte de Murcia y artista plástica con una larga trayectoria expositiva. Su mirada es transparente, lúcida y profunda, como sus ojos, y sus manos expertas atesoran la sabiduría de siglos de tantas mujeres que han imaginado, modelado y esculpido un mundo mejor. Su obra es hermosa, llena de emoción y calidad técnica, sus piezas están muy pensadas, tienen mensaje, y también están muy bien hechas, con un gran dominio de los materiales y procedimientos. Concha me recibe en su taller de la casa familiar, en Churra. Le hago la fotografía en el que es realmente su rincón, su marido, el también artista Luis Izquierdo, tiene otro taller en la casa: «Me gusta trabajar separada de todo, aunque traigo el mundo y la realidad a mis obras, me gusta abstraerme, desconectar hasta de mi pareja, incluso de sus criterios y consejos artísticos». Me cuenta que cuando se pone a trabajar se olvida totalmente y que alguna vez se ha puesto a hacer un retoque a una obra de un alumno «y me pierdo de tal manera que me han llegado a decir: ‘Maestra, para, que la obra es mía’». 

Concha lleva 30 años en nuestra región. Nació en Madrid, donde estudió Artes Aplicadas a la Escultura y al poco de venir estuvo impartiendo clases de talla en madera y piedra en la Facultad de Bellas Artes, hasta que ganó la plaza en la Escuela de Arte, donde en la actualidad enseña distintos planteamientos creativos en el diseño de joyería. Lo único que no soporta es dejar nada a medias, ni siquiera un libro. «Lo que más me cuesta es decidirme a exponer mi trabajo, me encanta el trabajo de taller, producir, pero el tiempo necesario para organizar exposiciones y promocionarlas me da la impresión que va en detrimento de mi trabajo creativo», me dice, pero aún así, ha participado en numerosas muestras individuales y colectivas. 

No hace mucho expuso en el Museo Regional de Arte Moderno, y hace poco ha sorprendido con una magnífica instalación en la Sala de la Capilla de la Universidad de Murcia y en la actualidad comparte una exposición con Luis Izquierdo en Portugal. Le confieso que me impresionó la Lluvia roja, por la belleza de la pieza, a base de copas menstruales e hilos rojos, y por el mensaje «para hacernos reflexionar sobre la ocultación histórica de los ciclos menstruales, considerados como vergonzantes por tantas culturas, y sobre la consideración de la mujer como ser impuro, que repercute negativamente en la relación con su entorno y con su propio cuerpo». 

Me va enseñando todas las cosas en las que está trabajando, distintas series a la vez con diversos materiales, siempre partiendo de una visión crítica de la realidad, reivindicando, denunciando, poniendo en la picota a tantas cosas que van contra el ser humano, contra el medio ambiente, contra la mujer, contra los niños. Concha está volcada, sin descanso, en dar voz a quienes no son escuchados, tal vez, literalmente, lo que ella hace es poner sus gritos en el cielo. Me muestra una serie sobre los «unicornios blancos», todas esas empresas que han crecido como la espuma, en la nube, que han salido de la nada y se han apoderado de un sector del mercado. También me explica otra serie sobre las mujeres en el medio rural, en conexión con la trashumancia, las ovejas, la lana… y con Alfonso X el Sabio, que fundó la Mesta. Se ríe cuando me confiesa que nunca le ha gustado coser y que es Luis quien lo hace en casa, pero que ahora está utilizando el hilo cosido en muchas de sus obras. Sus obras gustan, por su belleza incluso a quien se queda en una lectura superficial, ella es consciente de ello, pero, si te adentras, el mensaje puede ser tremendamente duro, como las piezas de La voz de las ausentes, contra los asesinatos por violencia de género. «Sufrí mucho con este trabajo, lo interioricé, me dolío tanto que no podía conciliar el sueño, incluso en los días posteriores a la exposición», me cuenta. Ha trabajado también una serie sobre las niñas novia y otra sobre los ‘bacha bazi’, los niños pobres, comprados por hombres poderosos que los visten de mujeres y los utilizan sexualmente. Como sabe que soy cartagenero, me enseña sus trabajos sobre Carmen Conde y ‘las sin sombrero’, las luchadoras de la época contra quienes pretendían dominarlas. 

Como compartimos generación, Concha y yo hablamos de aquellos años de nuestra infancia, cuando los padres y los chicos eran los reyes de la casa y las madres y las niñas estaban para trabajar el doble, para agradar y para cuidar. «Todo eso lo llevamos en la maleta y hemos de ir desprendiéndonos de ello, liberándonos y ayudando a liberar» dice, y continúa: «Lo que no entiendo es que en hoy en día una mujer sea capaz de votar a la ultraderecha, que es como votar a tu carcelero». Y terminamos hablando de que «la cultura es vital y urgente, necesaria para la salud mental y social y hay que mimarla». Nos despedimos y sigue sonando la música clásica mientras Concha me dice: «Vamos a un cataclismo bestial y tenemos que hacer algo para frenarlo».