Nada me gustaría más que entrevistar a Carmen Conde, así que, en su defecto, he quedado con una de las personas que más ha investigado y escrito sobre ella y su época: María Victoria Martín González, Doctora en Literatura, escritora, docente y miembro del Patronato Carmen Conde-Antonio Oliver de Cartagena. Me ha parecido magnífica su idea de quedar junto al monumento, obra de Juan José Quirós. Justo entonces empieza a caer la lluvia y pasamos rápido a una cafetería. Hablo con María Victoria durante el par de horas previas a uno de los encuentros poéticos de Deslinde. El tiempo se nos pasa volando. Me recuerda aquellos años en los que compartimos tareas en la puesta en marcha de la Asociación de Amigos del Archivo Municipal. Ella no ha parado, es de las que no se limita a dar clases, sino que, durante años, se ha implicado en la jefatura de estudios y ha organizados talleres de teatro y multitud de actividades en torno a la biblioteca de su centro, lo que le ha valido algún premio nacional y, según me confiesa, grandes satisfacciones. Pero lo que más le satisface es la investigación, perderse entre libros y documentos, leer sin descanso y escribir. 

Esta semana ha coordinado el acto de homenaje municipal a María Teresa Cervantes, que acaba de cumplir 90 años. Una muy estrecha relación de colaboración y una gran amistad le une a la poeta cartagenera desde hace mucho tiempo. Me informa que ya le organizó otro homenaje en el Casino cuando cumplió los 80. Me cuenta que le llevó tres años ordenar todos los papeles, originales y epistolario de María Teresa y que, desde entonces, no deja de visitarla cada semana y de disfrutar largas horas de conversación con ella. Le digo que deberíamos establecer unas tertulias con la Maestra, en torno a un café, porque ya conozco yo gente que estaría deseando. Me toma la palabra entusiasmada. 

“Lo de ordenarle las cartas a María Teresa no es nuevo para mí”, me dice María Victoria y que “yo, realmente, soy escritora de cartas, desde los nueve años ya le escribía las cartas a mi abuela para mi tío que era marino. Desde entonces siempre me ha gustado el género, leerlas y escribirlas, por eso me pierdo horas y días y años con las 36.000 misivas de Carmen Conde, el mayor archivo de una mujer en Europa”. Me confiesa que tantos años dedicados a la docencia, y tan implicada, pasan factura, máxime en estos tiempos de la pandemia y con los alumnos tan enganchados a las pantallas. Está empezando a pensar en su jubilación porque “quiero perderme por entero entre papeles, yo soy del mundo del texto en papel y no de las pantallas, y tengo proyectos de investigaciones y libros para los próximos años sin parar. Necesito mucho tiempo”. 

Por ahora, está escribiendo una novela histórica sobre Cartagena, contada a los niños, y empieza por su abuelo, “mi papá Ángel” como ella lo llamaba, en cuya casa del barrio de Santa Lucía pasaba mucho tiempo y del que aprendió tanto. El abuelo había sido policía en la república y luego se tuvo que dedicar al oficio familiar de la ebanistería, pero siempre fue un gran lector, un amante de la cultura, del libre pensamiento y de las cosas de Cartagena. De adolescente, María Victoria le ordenó todas sus cartas y después le grabó horas y horas de casetes mientras él le contada su vida y sus historias. 

Hablando de viajes me dice: “Mi casa está llena de libros. Mientras la gente se trae artesanía, dulces o embutidos, a mi me gusta traer libros de mis viajes, libros de los autores locales. Echo mucho en falta en nuestra ciudad un escaparate de escritores de la tierra, reclamo la Cartagena literaria, no sólo la histórica”. Nuestra conversación se ramifica y lo mismo hablamos de que hay que poner límites al abuso de las redes sociales, sobre todo en los niños, que del plagio: “igual que a ti te fastidia que te copien un cuadro o una foto, no puede ser que tú investigues algo durante meses y la gente use el corta y pega, sin citarte, en sus publicaciones”. Y concluye: “Yo sigo creyendo en el poder de la palabra y en el papel escrito y nunca tiraré la toalla”, y lo cierto es que su hijo va por el mismo camino, ha abandonado medicina para dedicarse por entero a ser lector y escritor. Es bueno que exista “la minoría, siempre”, que decía Juan Ramón Jiménez y que sea tan interesante como esta gran mujer.