El pintor Andrés García Ibáñez (1971), andaluz de Olula del Río, en Almería, cuelga en el MUBAM de Murcia su obra más importante; tal vez la más llamativa no solo en su historial personal de artista cultivador de un realismo que sigue las pautas de Antonio López, maestro que se deja seguir por su discípulo; puede que también, en la oferta actual de la pintura española, esa tan desaparecida. La obra es una tela (2,9 m. x 5.3 m.), en la práctica un mural, que representa un coro cantante donde todos sus componentes se representan en la desnudez original, sin demasiadas, por no decir exentas de perfección; humanamente pintadas. En el coro cuento hasta treinta y seis figuras con el esfuerzo que representa no haber ocultado algo más que un cincuenta por ciento de las manos; cuestión muy importante en el retrato y su dificultad.

Con ser importante lo representado lo es más el argumento y la teoría del contenido que el autor nos propone en esos más de cinco metros de cuadro ya universal. El autor lo ha titulado La fraternidad universal y pertenece a la colección permanente que el autor tiene en el Museo que contiene su obra y la de otros autores, en su localidad natal de Olula. La obra está basada en el Cuarto Movimiento de la Novena Sinfonía en Re mayor O. 125 Coral, de Ludwing van Beethoven. En la sala del Museo donde se exhibe se mira oyendo la obra trascendente de la música clásica. «Ansia de civilización responsable en pro de la justicia y de respeto al medio físico, del futuro de nuestro planeta y de la vida de todos los seres».

Durante quince años, a diario, en mi correspondencia con Antonio Gómez Cano, pintor de inolvidable recuerdo; en ocasiones con cartas en la mañana y en la tarde, el maestro me manifestaba los motivos de su pintura; las razones de su dedicación exclusiva al arte desde muchacho; y una de las razones insistidas que me señalaba era la «necesaria fraternidad entre los seres humanos, como única salida posible a la conciencia del mundo»; Van Gogh también pintaba para redimir, haciéndolo, a sus semejantes; en el discurso magnífico de El gran dictador, película de Chaplin se repite la idea: la solución de los problemas de la humanidad es la fraternidad entre los pueblos.

Para continuar en la propuesta, el artista García Ibáñez ha hecho un gran esfuerzo al pintar con grandeza de ánimo la gran obra que nos enseña, indicándonos una reacción natural ante la necesaria libertad y revolución; y nos recuerda la Oda a la alegría de Schiller. Aunque personalmente, y lo he dicho en más de una ocasión, no soy partidario de la literatura y/o el argumento en el arte, en esta ocasión, por excepcionalidad manifiesta, acepto el mensaje que el autor nos indica con una representación de necesario mérito, sin duda alguna. El lienzo está pintado con pasión y cuidado, sin desmayo en todas las figuras que lo componen -hombres y mujeres- desprovistas de las ataduras de los ropaje como insinuación, también, al concepto de la obra. Creo en su sinceridad al pintarlo, en ese sentimiento cordial que le ha inundado en las muchas horas de oficio desbordado. No sé, y confieso mi duda, si me gusta más la plástica de la obra o el mensaje que con claridad me transmite. En cualquier caso las dos realidades son hermosas e indivisibles. «La obra presenta una humanidad de individuos igualados por su desnudez que cantan al mundo su mensaje de fraternidad y abrazo a todas las criaturas».