No solo por las obras expuestas por Antonio Ballester Les Ventes (París, 1952) en esta ocasión en la Galería Art nueve de Murcia, que también; agigantado por su llegada a la plena madurez de sus investigaciones plásticas con la lúcida sensación de que vemos en él, en su concepto y creatividad, la visión más exportable de nuestra pintura; por hacerla nuestra y jugar un poco con el localismo universal que le acoge y hacernos partícipes de las consecuencias de su talento, mientras miramos las nuevas propuestas junto a otras de su equilibrio y tendencia por la figura femenina. Todo ello en ese espacio misterioso que guarda junto a las máquinas de su invención, hacia el rodaje del automatizado mecanismo que se convierte en negro que brilla, nunca en luto, siempre en dicción precisa del temperamento del pintor que, además, destaca en la escultura, conmueve en la fotografía y pasma en su silencio.

Antonio Ballester es clave en el panorama de la pintura de su tiempo; más aún si nos circunscribimos a nuestra Región, donde desarrolla, no sin dificultad, y de forma muy participativa, el trabajo continuo y la reflexión en solitario de las soluciones que la pintura plantea y que el artista tiene el derecho y la obligación de saber resolver. Ballester es un caso único por su excelencia continuada, por su divertida astrología de grafito que lleva en el bolsillo por si hay y existe la urgencia de dibujar un ojo robótico o una estrella distraída y emergente. Sonríe a pesar de todo, desde los ojos metálicos de sus personajes sobre papel continuo, cuando el espectador analiza la materia y las texturas de las obras y trata de averiguar la verticalidad de un trazo que juega libre sobre la superficie de la obra. Magnífico momento ver desparramarse el azabache sobre la trama imprecisa del soporte. Ocurre, evidentemente, que llevamos ventaja para analizar esta muestra los que conocemos su trayectoria, desde niño incluso, y la mochila familiar que le asiste o le empuja, que le desaloja de pesadillas y malos sueños, que le divierte con nostalgias capaces de recordar con ternura. Es una aventura su ironía y su fuste, su activa convulsión sobre el mundo y el tiempo que le ha tocado en fortuna vivir; junto a colores neutros, agrios amarillos y felices rosas de piel de mujer en sus collages precisos y confesados, compañeras de la lujuriante verdad que siempre se persigue.

Los ímpetus espirituales de Ballester son reconocibles en su obra, en la pintura presente y la que le llevó hasta aquí con soberbia trayectoria; es una epopeya de riquezas materiales. Preocupado simultáneamente por las profundidades técnicas y por el sentido bien perceptible del misterio que nos envuelve, ha forjado un ámbito donde el color y el sentimiento se unen estrechamente para infundir una rotunda presencia de intuición trascendente.

A Antonio Ballester se le ve en la primera mirada y en el transcurso de nuestra reflexión sobre los espacios que limita. La carrera artística que cuenta en su historial se ha distinguido por la búsqueda perseverante y armoniosa, por la entrega sin debilidades ni concesiones, a pesar de todos los pesares y dificultades, ascendiendo peldaños en el deseo de penetrar el hondo secreto de las formas materiales y del destino que preside nuestros movimientos y la naturaleza digital que nos cerca. Estamos ante una larga existencia laboriosa y meditativa, que casi puede calificarse de ascética, el artista ha realizado una tarea acogida con firmes esperanzas que no tardaron en engendrar claras admiraciones; nada más lejos de una fría experimentación que su penetrante entusiasmo siempre nos contagia.

La adquisición coleccionista de la obra de autor ha de ser un hecho natural; estamos ante la expresión madura de un extraordinario creador de excepcional validez en el universo pictórico de nuestro país.