Reportaje

Laureano Ruiz, el abuelo del aire: 80 años surcando los cielos de la Región

El santanderino Laureano Ruiz, afincado en Murcia desde 1963, cumple 100 años en julio y es el piloto más longevo del mundo. Hasta hace bien poco todavía se atrevía a hacer ‘loopings’ y caídas en picado con el avión

Laureano Ruiz, junto a una avioneta, en el aeródromo de Los Martínez del Puerto.

Laureano Ruiz, junto a una avioneta, en el aeródromo de Los Martínez del Puerto. / Francisco Peñaranda

Este año cumple 100 años, pero eso no le impide seguir surcando los cielos en avión, haciendo ‘loopings’ y vertiginosas caídas en picado. Él es Laureano Ruiz Liaño, nacido en Santander el 15 de julio de 1924 y afincado en Murcia desde 1963, una auténtica leyenda de la aviación y que actualmente ostenta el título de piloto más longevo del mundo.

Obtuvo el título de piloto de avión sin motor en los años 40.

Laureano (de espaldas) y un compañero remolcan en moto por las calles de Santander uno de los aviones ultraligeros que ellos mismos habían fabricado. / L.O.

Laureano atesora más de 23.000 horas de vuelo como comandante. Una cifra que suma a bordo de unos 65 aviones distintos, aunque puede que sean incluso más, puesto que llegado a cierto punto dejó de contar. Una cantidad de horas que, pese a su avanzada edad, no deja de crecer. La última vez que se subió a un aeroplano, en concreto a un Morane Saulnier, modelo francés, fue el pasado verano, cuando renovó su licencia. Y tiene planes de volver a subirse nuevamente en uno en un futuro cercano.

El santanderino subido a otro de los ultraligeros que fabricó. Contaba con un motor de coche, concretamente de un Volkswagen, y completó numerosos vuelos a Francia.

El santanderino subido a otro de los ultraligeros que fabricó. Contaba con un motor de coche, concretamente de un Volkswagen, y completó numerosos vuelos a Francia. / Juan D. González

Este veterano aviador asegura estar en perfectas condiciones para seguir pilotando. Algo con lo que coincide su hijo Luis, con quien vive en un apartamento situado cerca de la Plaza de Toros, quien asegura, eso sí, que Laureano, tiene ciertos problemas para acceder a algunas aeronaves. Sin embargo, una vez se encuentra a miles de metros de altura y el cielo se abre ante él, la edad queda a un lado y por su cuerpo fluye la adrenalina que le ha hecho vibrar durante los últimos 80 años. Algo que asusta en ocasiones a Luis. «Hasta hace poco, cuando se subía al avión y cogía cierta altura, empezaba a hacer ‘loopings’ y caídas en picado», cuenta con algo de preocupación, pero también con el orgullo de un hijo que aprecia de lo que su padre es capaz pese a su edad.

Para Laureano, surcar los cielos es «una sensación increíble». Lo que más ama: «Contemplar las montañas desde lo alto». Esta pasión surgió, según cuenta, en los años 40. Él se estaba preparando para ser marino mercante, pero un azaroso día en un encuentro con un amigo, un pin con tres gaviotas y un fondo azul que este portaba llamó su curiosidad. Se trataba de la insignia del tercer curso de vuelo sin motor. Tras enterarse de que se trataba de un curso subvencionado, su espíritu aventurero le hizo apuntarse. En 1943, en plena Segunda Guerra Mundial, aprobó y desde entonces no se ha bajado del avión.

Laureano (de espaldas) y un compañero remolcan en moto por las calles de Santander uno de los aviones ultraligeros que ellos mismos habían fabricado.

Laureano (en el centro) junto a dos operarios de una fábrica de aviones. / L.O.

Después de unos años volando aviones sin motor decidió dar el paso a las aeronaves motorizadas. Se hizo con la especialidad de vuelos de prueba y la de acrobacias, fue instructor de vuelo, en sus ratos libres construía aviones pequeños, e incluso llegó a ser piloto de vuelos comerciales en la compañía Aviaco, pilotando aviones bimotores y cuatrimotores.

Sin embargo, todo este mundillo nunca terminó de convencer a Laureano, lo que le llevó incluso a rechazar una oferta de empleo de Iberia. «Llevar pasajeros era mucho follón, prefería más tranquilidad y por eso optó por labores como la fumigación», asegura su hijo Luis. Después se mudó a Murcia por amor, tras conocer a la que fue su futura mujer. Una ciudad que está y siempre estará en su corazón, aunque no por encima de su querida tierra natal, Santander, la cual siempre menciona con añoranza. En la capital de la Región fundó una empresa de publicidad. La mítica avioneta blanca y roja que surcó durante muchos años y hasta hace poco los cielos de las playas con distintos anuncios era la suya.

El abuelo del aire

El santanderino subido a otro de los ultraligeros que fabricó. Contaba con un motor de coche, concretamente de un Volkswagen, y completó numerosos vuelos a Francia. / L.O.

En sus 80 años como piloto ha tenido que sobreponerse a numerosos contratiempos: incendios, fuertes tormentas, piezas que se salían del avión en pleno vuelo, desplazamientos del fuselaje, hélices mal montadas, e incluso paradas de motor, «fruto de una mala limpieza del carburador». A pesar de todo, según afirma con orgullo, no se ha «gastado ni un duro en tiritas».

El primero en despegar y aterrizar un avión en tierras andorranas

Uno de sus mayores hitos como aviador fue el de convertirse en el primer piloto en despegar y aterrizar un avión en Andorra, en 1956. Completó la gesta poco después de que Adonis Moulène, piloto de combate en la II Guerra Mundial y piloto de pruebas en los primeros reactores que volaron en Francia, se convirtiera en la primera persona en lograr aterrizar en el país, con la mala fortuna de que al día siguiente se estrelló durante la maniobra de despegue. Se trataba de una pista improvisada de pocos metros de largo situada en el prado del camping de Santa Coloma, a 1.000 metros de altitud.El aparato usado por el santanderino fue una Jodel D112, un modelo sencillo, casi artesanal, pero fiable y muy apreciado por los aficionados a la aviación de la época, equipado con un motor Continental de 65 CV. Un avión que contrastaba con la avioneta Broussard MH1521 de 450 CV de potencia que utilizaba Moulène, concebida para operar en condiciones extremas.